«Necesito hablar con alguien...»
Violencia física o psíquica, problemas de acoso, soledad... Niños y adolescentes ven la luz gracias al Teléfono ANAR creado por y para ellos
Solos, abandonados, violados, tristes, maltratados, acosados. Así de duro y así de claro. Niños y adolescentes que viven a la vuelta de la esquina. Mucho más cerca de lo que uno puede llegar a imaginar. En familias «aparentemente» normales. La mayoría de ellos con sus padres. De diferentes edades y sexo. Pero todos con un denominador común: son los tristes protagonistas de una historia que jamás hubieran deseado interpretar.
Desamparados, en situaciones de riesgo o de emergencia, con problemas o dudas no saben, o mejor no tienen a nadie a quien acudir. A nadie. Como suena. Hasta que descubren que al otro lado de una línea de teléfono, el de la Fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo), una voz anónima siempre está esperando para intentar ayudarles. Entonces descargan sus sentimientos. Poco a poco.
Violencia y abandono
Con más o menos confianza al principio y con total al final: «Necesito hablar con alguien....» «Estoy pensando en suicidarme... además como mi familia no me quiere...» «Mi tío me ha violado y estoy segura de que nadie me va a creer» «Mi novio me pega pero le quiero tanto que me da terror que me abandone». «Recibo amenazas por el “messenger”».
Doce, catorce, dieciséis años. Cuesta escribirlo. Tiemblan las palabras. Pero hay que denunciarlo. «Los datos no engañan y en esta sociedad llamada desarrollada, los casos de violencia —tanto física como psíquica—, de abandono, de acoso sexual, bulling y un largo etcétera crecen día a día», indica Silvia Moroder, presidenta y fundadora de ANAR, una mujer extraordinaria que lleva cuarenta años al servicio, totalmente desinteresado, de los más pequeños. Desde 1970 año en que no se resistió a dejar a cinco hermanos que encontró abandonados en un camión en el madrileño barrio de Vallecas.
Para ellos compró una vivienda unifamiliar que se convirtió en el primer hogar de acogida y que hoy día sigue abierto junto a muchos otros no sólo en España, también en países como Colombia, México y Perú. Pero fue en 1994 cuando Silvia, que debe sentirse muy orgullosa con lo que hace —«no, no, orgullosa no, lo que estoy es muy a gusto porque tengo la suerte de hacer algo que me parece maravilloso»— se empeñó en instalar el teléfono ANAR en España (cuatro años más tarde lo haría en Perú, siendo el primer teléfono de estas características que se inaugura en Latinoamérica).
«Sólo existían en Reino Unido y en Italia y yo creí en la idea aunque nadie lo hacía ni entendía su sentido; pensaban que no iban a llamar. Sólo me apoyó la entonces Ministra de Asuntos Sociales, Cristina Alberdi y me dio una subvención». Instinto femenino. O ese sexto sentido que tenemos las mujeres. Porque la unión de ambas consiguió el objetivo y nada más terminar la rueda de prensa en la que se presentaba, el teléfono empezó a sonar. Desde entonces no ha parado. Bendito sea.
Un milagro hecho realidad
Más de un millón ochocientas mil llamadas recibidas desde entonces. Se dice pronto. Pero esconde una espeluznante realidad social. Un abandono absoluto de los adultos a los menores. Repugnante e increíble. Si no, ¿cómo es posible? ¿cómo? ¿que, por ejemplo, un niño que conocía el teléfono de ANAR tenga que ser el que llame para pedir ayuda para un compañero suyo del cole, de trece años, que lleva meses sin cambiarse de ropa, sucio, y busca comida en la basura? Flipante, como dirían ellos. O, ¿cómo es posible que un niño de doce años lleve dos días viviendo en el descansillo de su casa, porque su madre, su adorada madre, le pega, una y otra vez, con el cable de la televisión. Le estaba matando. Por dentro y por fuera.
Un ángel disfrazado de vecino consiguió sacarle del infierno y le habló de este teléfono donde existía la esperanza. Llamó, sin parar de llorar y al otro lado de la línea un psicólogo, voluntario, otro ángel perfectamente preparado, le atendió. Con calma, con mucha calma, hasta que se ganó su confianza. Poco a poco las llamadas se sucedieron y se salvó del horror en el que vivía.
«El teléfono es un milagro hecho realidad. Siempre digo que debería estar pegado en las neveras de todas las casas», indica con una gran sonrisa el psicólogo y director de la Fundación ANAR Benjamín Ballesteros, que comenzó como voluntario y allí se quedó a trabajar. «Está operativo las veinticuatro horas del día y todos los días del año para ayudar en todo momento, en cualquier situación en la que se encuentre (riesgo, desamparo, emergencia…) o para cualquier problema.
Desde el rincón que sea de nuestro país, un niño o adolescente puede llamar a este teléfono gratuito, confidencial y anónimo en el que una psicóloga especializada en orientación a la infancia está esperando su llamada. La ayuda es tan completa que la orientación tiene el apoyo de dos departamentos: uno de abogados y otro de trabajadores sociales que asesoran las llamadas en coordinación con las psicólogas». Además, para casos límite o de urgencia extrema, como un posible intento de suicidio, tienen un convenio a nivel nacional con policías y guardia civil fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.
Ante cualquier situación de emergencia están perfectamente protocolizados y coordinados con ellos para saber qué hay que hacer. «Entonces la ayuda se va a hacer efectiva en el lugar apropiado, no vamos a abandonar al niño en ningún momento, hablas con él, le preparas para la intervención y le explicas todo porque la transparencia es básica. Hay que ir con mucho cuidado y es impresionante. A veces empieza diciendo que a lo mejor tiene malas notas en el colegio y luego descubres que lo que hay es un abuso sexual».
Lógico. ¿Qué van a decir? «Han abusado de mí», así de primeras. Tiene que ser muy duro. Por eso se entiende. Hay niños que llaman y cuelgan. Historias tristemente desconocidas. «La gente se tiene que enterar que existe un inframundo en éste que llamamos el primer mundo y que entre todos podemos hacer algo para cambiarlo», finaliza Benjamín. Ojalá nos obliguemos a memorizar sus palabras. Qué fuerte.
El sonido de la esperanza
No paran de sonar. En la sala de los teléfonos de la Fundación el sonido es constante. Una llamada detrás de otra. Todas van a ser contestadas y atendidas por orientadores psicólogos, psicopedagogos, y psiquiatras. En apoyo están los trabajadores sociales y los abogados pero estos últimos no se ponen nunca.
«Se trata de buscar una solución al problema, una ayuda psicológica y siempre que se pueda con el apoyo de la familia», explica Luis Estebaranz, psicólogo, trabajador social y director del Teléfono ANAR. «Las llamadas son totalmente anónimas —sólo se pide el nombre de pila y la ciudad desde dónde se llama— y se hace un seguimiento de los casos para que, cuando vuelvan a llamar, no tengan que empezar desde cero», puntualiza Luis que también comenzó como voluntario.
Toda su vida ha tenido claro su deseo de ayudar a los niños. «Aquí existen alternativas realistas para ayudarles a salir de sus problemas aunque muchas veces te quedas tan desconcertado con lo que oyes que nos tenemos que reunir para replantear soluciones. La sociedad, la situación de la familia y la infancia cambian tan rápido que surgen diferentes peligros que antes no existían, como las redes sociales y hay que ponerse al día».
Pero no sólo eso. Luis sigue y no para. Y nos habla de casos terribles y de problemas absurdos. Impedimentos ridículos que obstaculizan la ayuda a estos menores. «Por mi trabajo no paro de viajar por las diferentes Comunidades Autónomas y me llama muchísimo la atención como se interpone la política a la hora de intentar llegar a acuerdos. Sin comentarios.
Violencia física o psíquica, problemas de acoso, soledad... Niños y adolescentes ven la luz gracias al Teléfono ANAR creado por y para ellos
Solos, abandonados, violados, tristes, maltratados, acosados. Así de duro y así de claro. Niños y adolescentes que viven a la vuelta de la esquina. Mucho más cerca de lo que uno puede llegar a imaginar. En familias «aparentemente» normales. La mayoría de ellos con sus padres. De diferentes edades y sexo. Pero todos con un denominador común: son los tristes protagonistas de una historia que jamás hubieran deseado interpretar.
Desamparados, en situaciones de riesgo o de emergencia, con problemas o dudas no saben, o mejor no tienen a nadie a quien acudir. A nadie. Como suena. Hasta que descubren que al otro lado de una línea de teléfono, el de la Fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo), una voz anónima siempre está esperando para intentar ayudarles. Entonces descargan sus sentimientos. Poco a poco.
Violencia y abandono
Con más o menos confianza al principio y con total al final: «Necesito hablar con alguien....» «Estoy pensando en suicidarme... además como mi familia no me quiere...» «Mi tío me ha violado y estoy segura de que nadie me va a creer» «Mi novio me pega pero le quiero tanto que me da terror que me abandone». «Recibo amenazas por el “messenger”».
Doce, catorce, dieciséis años. Cuesta escribirlo. Tiemblan las palabras. Pero hay que denunciarlo. «Los datos no engañan y en esta sociedad llamada desarrollada, los casos de violencia —tanto física como psíquica—, de abandono, de acoso sexual, bulling y un largo etcétera crecen día a día», indica Silvia Moroder, presidenta y fundadora de ANAR, una mujer extraordinaria que lleva cuarenta años al servicio, totalmente desinteresado, de los más pequeños. Desde 1970 año en que no se resistió a dejar a cinco hermanos que encontró abandonados en un camión en el madrileño barrio de Vallecas.
Para ellos compró una vivienda unifamiliar que se convirtió en el primer hogar de acogida y que hoy día sigue abierto junto a muchos otros no sólo en España, también en países como Colombia, México y Perú. Pero fue en 1994 cuando Silvia, que debe sentirse muy orgullosa con lo que hace —«no, no, orgullosa no, lo que estoy es muy a gusto porque tengo la suerte de hacer algo que me parece maravilloso»— se empeñó en instalar el teléfono ANAR en España (cuatro años más tarde lo haría en Perú, siendo el primer teléfono de estas características que se inaugura en Latinoamérica).
«Sólo existían en Reino Unido y en Italia y yo creí en la idea aunque nadie lo hacía ni entendía su sentido; pensaban que no iban a llamar. Sólo me apoyó la entonces Ministra de Asuntos Sociales, Cristina Alberdi y me dio una subvención». Instinto femenino. O ese sexto sentido que tenemos las mujeres. Porque la unión de ambas consiguió el objetivo y nada más terminar la rueda de prensa en la que se presentaba, el teléfono empezó a sonar. Desde entonces no ha parado. Bendito sea.
Un milagro hecho realidad
Más de un millón ochocientas mil llamadas recibidas desde entonces. Se dice pronto. Pero esconde una espeluznante realidad social. Un abandono absoluto de los adultos a los menores. Repugnante e increíble. Si no, ¿cómo es posible? ¿cómo? ¿que, por ejemplo, un niño que conocía el teléfono de ANAR tenga que ser el que llame para pedir ayuda para un compañero suyo del cole, de trece años, que lleva meses sin cambiarse de ropa, sucio, y busca comida en la basura? Flipante, como dirían ellos. O, ¿cómo es posible que un niño de doce años lleve dos días viviendo en el descansillo de su casa, porque su madre, su adorada madre, le pega, una y otra vez, con el cable de la televisión. Le estaba matando. Por dentro y por fuera.
Un ángel disfrazado de vecino consiguió sacarle del infierno y le habló de este teléfono donde existía la esperanza. Llamó, sin parar de llorar y al otro lado de la línea un psicólogo, voluntario, otro ángel perfectamente preparado, le atendió. Con calma, con mucha calma, hasta que se ganó su confianza. Poco a poco las llamadas se sucedieron y se salvó del horror en el que vivía.
«El teléfono es un milagro hecho realidad. Siempre digo que debería estar pegado en las neveras de todas las casas», indica con una gran sonrisa el psicólogo y director de la Fundación ANAR Benjamín Ballesteros, que comenzó como voluntario y allí se quedó a trabajar. «Está operativo las veinticuatro horas del día y todos los días del año para ayudar en todo momento, en cualquier situación en la que se encuentre (riesgo, desamparo, emergencia…) o para cualquier problema.
Desde el rincón que sea de nuestro país, un niño o adolescente puede llamar a este teléfono gratuito, confidencial y anónimo en el que una psicóloga especializada en orientación a la infancia está esperando su llamada. La ayuda es tan completa que la orientación tiene el apoyo de dos departamentos: uno de abogados y otro de trabajadores sociales que asesoran las llamadas en coordinación con las psicólogas». Además, para casos límite o de urgencia extrema, como un posible intento de suicidio, tienen un convenio a nivel nacional con policías y guardia civil fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado.
Ante cualquier situación de emergencia están perfectamente protocolizados y coordinados con ellos para saber qué hay que hacer. «Entonces la ayuda se va a hacer efectiva en el lugar apropiado, no vamos a abandonar al niño en ningún momento, hablas con él, le preparas para la intervención y le explicas todo porque la transparencia es básica. Hay que ir con mucho cuidado y es impresionante. A veces empieza diciendo que a lo mejor tiene malas notas en el colegio y luego descubres que lo que hay es un abuso sexual».
Lógico. ¿Qué van a decir? «Han abusado de mí», así de primeras. Tiene que ser muy duro. Por eso se entiende. Hay niños que llaman y cuelgan. Historias tristemente desconocidas. «La gente se tiene que enterar que existe un inframundo en éste que llamamos el primer mundo y que entre todos podemos hacer algo para cambiarlo», finaliza Benjamín. Ojalá nos obliguemos a memorizar sus palabras. Qué fuerte.
El sonido de la esperanza
No paran de sonar. En la sala de los teléfonos de la Fundación el sonido es constante. Una llamada detrás de otra. Todas van a ser contestadas y atendidas por orientadores psicólogos, psicopedagogos, y psiquiatras. En apoyo están los trabajadores sociales y los abogados pero estos últimos no se ponen nunca.
«Se trata de buscar una solución al problema, una ayuda psicológica y siempre que se pueda con el apoyo de la familia», explica Luis Estebaranz, psicólogo, trabajador social y director del Teléfono ANAR. «Las llamadas son totalmente anónimas —sólo se pide el nombre de pila y la ciudad desde dónde se llama— y se hace un seguimiento de los casos para que, cuando vuelvan a llamar, no tengan que empezar desde cero», puntualiza Luis que también comenzó como voluntario.
Toda su vida ha tenido claro su deseo de ayudar a los niños. «Aquí existen alternativas realistas para ayudarles a salir de sus problemas aunque muchas veces te quedas tan desconcertado con lo que oyes que nos tenemos que reunir para replantear soluciones. La sociedad, la situación de la familia y la infancia cambian tan rápido que surgen diferentes peligros que antes no existían, como las redes sociales y hay que ponerse al día».
Pero no sólo eso. Luis sigue y no para. Y nos habla de casos terribles y de problemas absurdos. Impedimentos ridículos que obstaculizan la ayuda a estos menores. «Por mi trabajo no paro de viajar por las diferentes Comunidades Autónomas y me llama muchísimo la atención como se interpone la política a la hora de intentar llegar a acuerdos. Sin comentarios.