Autoprotección, la asignatura pendiente
Fiel a la ironía que presidió su obra, Jaume Perich afirmaba que «la democracia es el menos malo de los sistemas políticos conocidos. Pero es perfectamente empeorable». Y ciertamente así lo creo. Parece que los españoles, con inusitada perseverancia, no cejamos en el empeño de convertir un idílico sistema de gobierno por su idiosincrasia participativa y popular, en un coladero de interpretaciones legales y ambigüedades normativas, del que se sirven quienes deambulan al margen del sistema, para convertirlo en un paraíso operativo.
Pero líbreme Dios de mostrarme en este foro como analista político, porque ya está profusamente nutrido el panorama mediático de cualificados profesionales e intelectuales, aunque, también es cierto que, en ocasiones, aparecen plumillas y tertulianos que, por desconocimiento o servilismo político, lejos de contribuir a la resolución del problema, enriquecen un caldo de cultivo que justifica lo injustificable.
La ruptura de «la tregua» (con perdón), por parte de la banda terrorista eta, ha terminado con las esperanzas de unos y ha confirmado las previsiones de otros. Lo cierto es que la promiscuidad negociadora de las clases gobernantes de nuestro país, con la organización criminal nacionalista, y con los satélites pseudo-democráticos que ofrecen su mediación como compañeros de cama, no ha desembocado en una placentera convivencia, sino en un contagio de dudoso soporte moral. De hecho, la situación agónica que el terrorismo vasco presentaba en el año 2004 se ha transformado en un preocupante reforzamiento y un alarmante crecimiento de su capacidad de acción. La comunicación de la vuelta a las actividades armadas, la llegada de nuevos activistas y el acopio de material explosivo y otros elementos intervinientes en la ejecución de atentados debe posicionarnos en una situación de guardia consciente y proporcionada, sin alarmismos gratuitos, pero sin confianzas. El problema es real e ignorarlo, además de un ejercicio de frivolidad, puede acarrear graves consecuencias.
El concepto de autoprotección debe interiorizarse de tal modo que las técnicas empleadas para su desarrollo se conviertan en una rutina sin margen para la especulación. Deberá asumirse que para garantizar su eficacia, las medidas de seguridad que se han de adoptar tendrán que aplicarse con disciplina espartana. El relajamiento, la intermitencia, o el exceso de confianza maximizan el riesgo y aumentan el nivel de vulnerabilidad. La información y el conocimiento de los métodos de actuación del enemigo se hacen imprescindibles para la supervivencia, porque la táctica criminal también evoluciona y se perfecciona. Los envíos de carta bomba, por ejemplo, ya no son tan identificables como antaño, por sus manchas de grasa, olor característico o la no concordancia de matasellos y remites. La víctima puede recibir el paquete en un formato de correspondencia que espera asiduamente (suscripciones a revistas…), por lo que la sospecha prácticamente es imposible. En el caso de bombas lapa, nos enfrentamos a posibles nuevas técnicas de ejecución, mediante la activación a distancia, que garantiza un mayor nivel de seguridad para el terrorista en la manipulación y colocación del explosivo. Esta nueva técnica implica la presencia del asesino a una distancia visual factible para sus propósitos, por lo que la anticipación a este tipo de acciones requiere una supervisión del entorno previa a la propia inspección del vehículo. Desde el domicilio o la oficina podremos realizar una requisa del espacio cercano al estacionamiento, con el objetivo de detectar individuos sospechosos. Una ronda perimetral de comprobación antes de comenzar el desplazamiento puede detectar la existencia del terrorista o abortar sus intenciones. Una vez asegurado el espacio inmediato, revisaremos el vehículo con un espejo de inspección de bajos, sin olvidarnos de los huecos que ofrece el espacio entre la carrocería y los neumáticos y previa comprobación de que las cerraduras no han sido manipuladas para la colocación del artefacto explosivo en el interior del coche. Una vez iniciado el viaje, realizaremos una conducción inteligente, manteniendo distancias de seguridad que nos permitan ejecutar maniobras de evasión ante amenazas inminentes, utilizando los carriles más alejados de las aceras y con una permanente vigilancia a través de los retrovisores. Y si es posible, coordinaremos el final de trayecto para que otra persona supervise el entorno de destino antes de nuestra llegada.
Las medidas de autoprotección son, como la seguridad en general, difícilmente vendibles ante la ausencia de incidentes. Podemos cuantificar los daños ocurridos, pero es complicado transmitir el éxito de los evitados. Por este motivo, siempre corremos el riesgo de rendirnos a la desidia y el abandono, ante la imposibilidad en algunos casos de hacer la amenaza tangible. Pero cuando la adopción de las medidas de autoprotección empiece a ser un lastre para usted, recuerde que su esfuerzo nunca es estéril, porque sin saberlo puede estar siendo vigilado, y su dinámica de seguridad se habrá convertido en la disuasión del atentado.
Cuando ya se ha aceptado la condición de potencial objetivo de los intereses terroristas y se ha asumido la repercusión de esta nueva situación en su vida privada, llega una de las facetas más complicadas de la implantación del dispositivo: la proyección de la nueva situación a su círculo familiar más cercano. La dificultad que entraña el momento de transmitir la problemática a la familia no debe ser óbice para hacerlo, porque su protección y la de los suyos es el fin principal. No oculte la gravedad del problema a su pareja, hágale partícipe de la situación y establezca una complicidad con ella basada en la tranquilidad y la confianza en las medidas de autoprotección. Haga extensible el nuevo escenario a sus hijos, valorando su grado de madurez y su capacidad para digerir el problema, teniendo en cuenta que un individuo en edad pre-adolescente, normalmente está preparado para aceptar las consecuencias de la amenaza. Dosifique la transmisión del peligro si lo considera necesario, pero no lo oculte.
Si es portador de un arma personal pero no está habituado a su uso, recuerde que su mera posesión, aunque le infunda confianza, no es suficiente para garantizarle el éxito ante una intervención en situación límite. Practique con ella, familiarícese con su funcionamiento y conviértala en una prolongación de su cuerpo.
Igualmente, deberá ser conocedor de aquellas circunstancias que afecten a sus movimientos diarios. La obligatoriedad de la alternancia en itinerarios y recorridos se adaptará a posibles cortes de calles, previsiones de concentraciones o manifestaciones, cambios de sentido en la circulación vial, etc. Para ello, la información puede ser su mejor aliada.
Pero por desgracia la violencia separatista vasca no es el único figurante en la pasarela de los despropósitos del terror. Aun a riesgo de parecer políticamente incorrectos, no olvidaremos las repercusiones del fenómeno de la inmigración en nuestro país, en lo referente a nuevas técnicas en la metodología de asalto con fines de robo. La brutalidad y el ensañamiento con los ocupantes de las viviendas violentadas y la maestría de las bandas centroeuropeas, con tácticas típicas de guerrillas paramilitares organizadas, obligan a un cambio en la concepción del dispositivo de alarmas tradicional. La inclusión de subsistemas anti-pánico dentro del sistema anti-intrusión, mediante pulsadores contra la agresión, no parecen una precaución exagerada. El posible sabotaje de línea en la transmisión de alarmas hace cada vez más imprescindible el acoplamiento de módulos de telefonía móvil para dar mayor probabilidad al envío de señal. La posibilidad de inhibición de frecuencias por parte del asaltante invita, cuando el coste pueda afrontarse, a la integración de sistemas IP para procurar la inviolabilidad de la comunicación de datos.
El panorama no parece muy alentador, pero el profesional de seguridad no puede cobijarse en el optimismo. Mi consejo es que hagan suyo como lema personal las palabras de James H. Jackson: «know the enemy, know your weaknesses, know what to do».
Fiel a la ironía que presidió su obra, Jaume Perich afirmaba que «la democracia es el menos malo de los sistemas políticos conocidos. Pero es perfectamente empeorable». Y ciertamente así lo creo. Parece que los españoles, con inusitada perseverancia, no cejamos en el empeño de convertir un idílico sistema de gobierno por su idiosincrasia participativa y popular, en un coladero de interpretaciones legales y ambigüedades normativas, del que se sirven quienes deambulan al margen del sistema, para convertirlo en un paraíso operativo.
Pero líbreme Dios de mostrarme en este foro como analista político, porque ya está profusamente nutrido el panorama mediático de cualificados profesionales e intelectuales, aunque, también es cierto que, en ocasiones, aparecen plumillas y tertulianos que, por desconocimiento o servilismo político, lejos de contribuir a la resolución del problema, enriquecen un caldo de cultivo que justifica lo injustificable.
La ruptura de «la tregua» (con perdón), por parte de la banda terrorista eta, ha terminado con las esperanzas de unos y ha confirmado las previsiones de otros. Lo cierto es que la promiscuidad negociadora de las clases gobernantes de nuestro país, con la organización criminal nacionalista, y con los satélites pseudo-democráticos que ofrecen su mediación como compañeros de cama, no ha desembocado en una placentera convivencia, sino en un contagio de dudoso soporte moral. De hecho, la situación agónica que el terrorismo vasco presentaba en el año 2004 se ha transformado en un preocupante reforzamiento y un alarmante crecimiento de su capacidad de acción. La comunicación de la vuelta a las actividades armadas, la llegada de nuevos activistas y el acopio de material explosivo y otros elementos intervinientes en la ejecución de atentados debe posicionarnos en una situación de guardia consciente y proporcionada, sin alarmismos gratuitos, pero sin confianzas. El problema es real e ignorarlo, además de un ejercicio de frivolidad, puede acarrear graves consecuencias.
El concepto de autoprotección debe interiorizarse de tal modo que las técnicas empleadas para su desarrollo se conviertan en una rutina sin margen para la especulación. Deberá asumirse que para garantizar su eficacia, las medidas de seguridad que se han de adoptar tendrán que aplicarse con disciplina espartana. El relajamiento, la intermitencia, o el exceso de confianza maximizan el riesgo y aumentan el nivel de vulnerabilidad. La información y el conocimiento de los métodos de actuación del enemigo se hacen imprescindibles para la supervivencia, porque la táctica criminal también evoluciona y se perfecciona. Los envíos de carta bomba, por ejemplo, ya no son tan identificables como antaño, por sus manchas de grasa, olor característico o la no concordancia de matasellos y remites. La víctima puede recibir el paquete en un formato de correspondencia que espera asiduamente (suscripciones a revistas…), por lo que la sospecha prácticamente es imposible. En el caso de bombas lapa, nos enfrentamos a posibles nuevas técnicas de ejecución, mediante la activación a distancia, que garantiza un mayor nivel de seguridad para el terrorista en la manipulación y colocación del explosivo. Esta nueva técnica implica la presencia del asesino a una distancia visual factible para sus propósitos, por lo que la anticipación a este tipo de acciones requiere una supervisión del entorno previa a la propia inspección del vehículo. Desde el domicilio o la oficina podremos realizar una requisa del espacio cercano al estacionamiento, con el objetivo de detectar individuos sospechosos. Una ronda perimetral de comprobación antes de comenzar el desplazamiento puede detectar la existencia del terrorista o abortar sus intenciones. Una vez asegurado el espacio inmediato, revisaremos el vehículo con un espejo de inspección de bajos, sin olvidarnos de los huecos que ofrece el espacio entre la carrocería y los neumáticos y previa comprobación de que las cerraduras no han sido manipuladas para la colocación del artefacto explosivo en el interior del coche. Una vez iniciado el viaje, realizaremos una conducción inteligente, manteniendo distancias de seguridad que nos permitan ejecutar maniobras de evasión ante amenazas inminentes, utilizando los carriles más alejados de las aceras y con una permanente vigilancia a través de los retrovisores. Y si es posible, coordinaremos el final de trayecto para que otra persona supervise el entorno de destino antes de nuestra llegada.
Las medidas de autoprotección son, como la seguridad en general, difícilmente vendibles ante la ausencia de incidentes. Podemos cuantificar los daños ocurridos, pero es complicado transmitir el éxito de los evitados. Por este motivo, siempre corremos el riesgo de rendirnos a la desidia y el abandono, ante la imposibilidad en algunos casos de hacer la amenaza tangible. Pero cuando la adopción de las medidas de autoprotección empiece a ser un lastre para usted, recuerde que su esfuerzo nunca es estéril, porque sin saberlo puede estar siendo vigilado, y su dinámica de seguridad se habrá convertido en la disuasión del atentado.
Cuando ya se ha aceptado la condición de potencial objetivo de los intereses terroristas y se ha asumido la repercusión de esta nueva situación en su vida privada, llega una de las facetas más complicadas de la implantación del dispositivo: la proyección de la nueva situación a su círculo familiar más cercano. La dificultad que entraña el momento de transmitir la problemática a la familia no debe ser óbice para hacerlo, porque su protección y la de los suyos es el fin principal. No oculte la gravedad del problema a su pareja, hágale partícipe de la situación y establezca una complicidad con ella basada en la tranquilidad y la confianza en las medidas de autoprotección. Haga extensible el nuevo escenario a sus hijos, valorando su grado de madurez y su capacidad para digerir el problema, teniendo en cuenta que un individuo en edad pre-adolescente, normalmente está preparado para aceptar las consecuencias de la amenaza. Dosifique la transmisión del peligro si lo considera necesario, pero no lo oculte.
Si es portador de un arma personal pero no está habituado a su uso, recuerde que su mera posesión, aunque le infunda confianza, no es suficiente para garantizarle el éxito ante una intervención en situación límite. Practique con ella, familiarícese con su funcionamiento y conviértala en una prolongación de su cuerpo.
Igualmente, deberá ser conocedor de aquellas circunstancias que afecten a sus movimientos diarios. La obligatoriedad de la alternancia en itinerarios y recorridos se adaptará a posibles cortes de calles, previsiones de concentraciones o manifestaciones, cambios de sentido en la circulación vial, etc. Para ello, la información puede ser su mejor aliada.
Pero por desgracia la violencia separatista vasca no es el único figurante en la pasarela de los despropósitos del terror. Aun a riesgo de parecer políticamente incorrectos, no olvidaremos las repercusiones del fenómeno de la inmigración en nuestro país, en lo referente a nuevas técnicas en la metodología de asalto con fines de robo. La brutalidad y el ensañamiento con los ocupantes de las viviendas violentadas y la maestría de las bandas centroeuropeas, con tácticas típicas de guerrillas paramilitares organizadas, obligan a un cambio en la concepción del dispositivo de alarmas tradicional. La inclusión de subsistemas anti-pánico dentro del sistema anti-intrusión, mediante pulsadores contra la agresión, no parecen una precaución exagerada. El posible sabotaje de línea en la transmisión de alarmas hace cada vez más imprescindible el acoplamiento de módulos de telefonía móvil para dar mayor probabilidad al envío de señal. La posibilidad de inhibición de frecuencias por parte del asaltante invita, cuando el coste pueda afrontarse, a la integración de sistemas IP para procurar la inviolabilidad de la comunicación de datos.
El panorama no parece muy alentador, pero el profesional de seguridad no puede cobijarse en el optimismo. Mi consejo es que hagan suyo como lema personal las palabras de James H. Jackson: «know the enemy, know your weaknesses, know what to do».