[El vínculo entre hombre y perro puede ser tan fuerte como el que se describe en este reportaje sobre soldados y perros rastreadores en Iraq].
Algunos Adiestradores de Perros Pidieron Ser Enterrados con Sus Colegas Cuadrúpedos, que podrían incluso superarles en rango -en caso de que los maten juntos.
El sargento segundo Iron tiembla de miedo cuando oye el sonido de explosiones. Pelea con los otros soldados. Gruñe cuando no se sale con la suya y retrasa al resto cuando se detiene a mear durante patrullas a través de territorio hostil.
Pero nadie se queja porque cuando se trata de entrar a un edificio que podría estar relleno de explosivos, o cruzar un terreno que podría ser un campo minado, Iron es el primero de la línea, asegurándose de que está lo suficientemente seguro para que pasen los demás.
Si no es así, Iron recibirá lo peor de la explosión, junto a su mejor amigo, el sargento Joshua T. Rose, que tiene un rango menor que él. Es un honor que Iron disfrute del peligroso trabajo que tiene. También garantiza que se podrían presentar cargos contra Rose en el improbable caso de que alguna vez maltrate a Iron -un pastor alemán de 36 kilos.
Rose y Iron son uno de los cerca de doscientos equipos caninos desplegados en Iraq, donde el lazo entre los soldados y sus perros es tan profundo que algunos adiestradores han pedido ser enterrados con sus colegas caninos en caso de que los maten juntos.
Una glacial noche de invierno en el desierto iraquí, Rose comparte su catre y a veces su saco de dormir con Iron, para mantenerse abrigado. En el abrasante calor del verano, se asegura de que Iron tenga suficiente agua antes de beber su parte. Si el calor es demasiado para Iron, que tiene una gruesa capa de lustroso pelaje negro, Rose lo deja descansar, independientemente de lo que quiera el comandante del pelotón.
Cuando sale en una misión, Rose se mete en el bolsillo una copia de una oda a los perros policiales y militares. Un fragmento dice: “Confía en mí, amigo, porque soy tu compañero. Te protegeré hasta mi último aliento. Cuando los otros te hayan abandonado y la soledad de la noche se cierna sobre ti, yo estaré a tu lado”.
“Estos perros son como nuestros hijos. Me siento más cerca de mi perro que de cualquier otra persona, además de mi esposa”, dice el sargento segundo Charles W. Graves, director de adiestramiento en la Base de Operaciones de Avanzada Kalsu, a unos 32 kilómetros al sudeste de Bagdad.
Graves trabaja con Udo, un Labrador rastrero amarillo que tiene el rango de sargento de primera clase, un grado más alto que Graves. Es el quinto perro de Graves.
Graves adoptó a su primer perro después de que este se retirara del servicio activo. El perro murió a los dieciséis. Sufrió un ataque al corazón cuando perseguía a un gato.
Su cuarto perro era demasiado agresivo y le gustaba morder, en nada parecido a Udo, que es un perro especializado en búsquedas. Eso quiere decir que no es agresivo y que puede deambular sin correa, llevando un chaleco con una radio a través de la cual Graves le da órdenes.
“Si le pasara algo alguna vez, no volveré a trabajar nunca más con perros”, dice Graves mientras Udo, en jornada de práctica, atraviesa un campo sembrado de los restos de explosivos y otras armas que fueron alguna vez letales.
Se espera que los adiestradores mantengan a sus perros en forma sometiéndoles a esas prácticas una vez al mes, para asegurarse de que no pierdan la capacidad de detectar TNT, CA, AK-47, cables, metales y otras amenazas que los insurgentes plantan en Iraq.
“Si lo matan, me gustaría que me mataran a mí también”, dice Graves, un ex agente de policía de Oroville, California, mientras Udo trota cerca. Cada vez que encuentra algo, lo recompensa con un lanzamiento de su juguete favorito, un cono de goma.
“Deberle tu vida a un perro es algo fantástico”, dice Graves.
Antes de un despliegue, se pide a los soldados que actualicen sus testamentos. Graves incluyó la petición de ser enterrado con Udo en caso de que murieran juntos. Ha ocurrido antes. En julio pasado, el cabo Kory D. Wiens, 20, y su Labrador, Cooper, se convirtieron en el primer equipo hombre-perro caído en combate desde la Guerra de Vietnam. Fueron sepultados juntos, lado a lado, en la ciudad natal de Wiens, Dallas, Oregon.
Si pasas algún tiempo con los equipos formados por soldados y perros, se hace claro que la clave para ser un buen adiestrador de perros es amarlos y adaptarse a sus necesidades infantiles.
“Si te llevas bien con niños, te llevarás bien con perros”, dijo Rose que tiene en su casa en Kansas un perro esquimal y un salchicha. “Tienen la mentalidad de un niño de tres años”.
El contramaestre de segunda clase de la Armada, Blake T. Soller, lo sabe demasiado bien. En abril pasado, Pluto, su perro de cuatro años, no pudo resistir saltar de la cubierta de un buque de carga en el muelle de Nueva York, cayendo unos veinte metros. Soller saltó detrás de Pluto y se quedó con el pastor belga de 39 kilos hasta que una lancha de la Armada los recogió. No sufrieron lesiones.
Las fuerzas armadas norteamericanas han utilizado perros en zonas de combate desde la Segunda Guerra Mundial y desplegaron unos 4.300 en Vietnam entre 1965 y 1973.
De acuerdo a los militares, 281 murieron en la línea del deber, pero cientos más murieron después de la guerra y la partida de las tropas norteamericanas. En esa época no se había dispuesto que los perros militares fueran adoptados una vez que sus carreras terminaban. La mayoría de ellos fueron eutanasiados o abandonados a futuros inciertos.
Eso cambió en 2000, con una ley que permite que los perros militares en retiro sean ofrecidos en adopción en el centro del Perro Trabajador Militar en la Base de la Fuerza Aérea Lackland en Texas. Allá se encuentran desde animales de razas pequeñas, como beagles, hasta corpulentos perros de caza.
Desde el principio de la guerra en Iraq, unos mil perros han pasado por la zona de combate y tres de ellos, incluyendo a Cooper, han muerto en combate.
Los adiestradores dicen que los perros son cruciales a la hora de detectar bombas improvisadas en las calles que son responsables de la mayoría de las bajas militares y para detectar los cables de metal que delatan a los edificios plantados de bombas. También detectan drogas y armas ilegales en los puestos fronterizos y puestos de control, persiguen a posibles insurgentes y detectan restos humanos.
Y por primera vez, las fuerzas armadas han enviado perros a una zona de guerra para que ayuden en las terapias de los soldados. El mes pasado llegaron a Iraq dos Labradores negros para trabajar con soldados estresados.
Sin embargo, un can no tiene que ser un perro de terapia para ser terapéutico.
En una fría mañana de invierno, mientras las tropas se preparaban para una misión en Arab Jabour, al sudeste de Bagdad, la atención se concentró en Pluto y Iron, no en los peligros que les acechaban. Rose le rascó las orejas a Iron. Pluto se sentó en sus patas traseras y apoyó la cabeza en el pecho de Soller, como una pareja de baile. Otros soldados les rodeaban vestidos para el combate, hablando sobre los perros que tenían en casa.
Hasta hace unas semanas, la región estuvo en manos de extremistas musulmanes sunníes leales a al-Qaeda en Iraq. Un campaña de bombardeos hizo huir a muchos de ellos, pero dejaron calles y edificios sembrados de explosivos, y huertos salpicados de piezas de artillería y armas enterradas.
“He oído decir a gente: ‘Es bueno que estés en la Armada, porque eso significa que no estás en la primera línea’”, dijo Soller mientras él y Pluto marcaban la ruta en una calle de tierra sospechosamente tranquila con casas metidas entre la hierba crecida y árboles frutales. “Pero no hay peor primera línea que esta. Mi trabajo es limpiar el camino para que el resto de los chicos puedan pasar por aquí”.
Soller, que acostumbraba a adiestrar perros de caza en Indiana, fue recomendado para asistir a la escuela de adiestramiento canino como recompensa por su conducta ejemplar en la Armada. Rose, cuyo padre era un adiestrador de perros policiales en Virginia, pidió asistir a la escuela después de recibir un alto puntaje de su sargento del pelotón.
El peor de los adiestradores es ser impacientes, dijo Rose mientras Iron torcía hacia un lado de la calle y levantaba una pata trasera. El resto de la patrulla aminoró el paso para no adelantar al equipo canino.
Visitas a dos casas, entre ellas un lujoso chalet con vista a las riberas cubiertas de juncos del río Tigris, mostró cómo el hecho de tener perros en el grupo puede alterar una situación de otro modo tensa.
Un chico adolescente amistoso usó sus manos para hacer señales y un inglés quebrado para ofrecer en broma un trueque; el flaco Pluto de ojos color ámbar por una de sus ovejas, que estaba en un afelpado rebaño mirando a los perros. En el jardín, dos mujeres ofrecieron a los soldados trozos del tamaño de pizzas de un pan caliente recién hecho. Entonces el chico contó, a través de un intérprete, que había armas escondidas en una zona boscosa al otro lado del camino.
Pronto, Rose y Iron, y Soller y Pluto, se abrían camino por densos matorrales. En cosa de minutos Rose observó un sutil cambio en la conducta de Iron cuando olisqueaba entre unas hojas de palmeras. El perro de siete años se sentó tranquilo, que es una señal de que ha detectado algo. Un detector de metal y una pala demostraron que tenía razón. Había un bomba envuelta en un saco verde enterrada en la tierra.
Hacia el término de la misión, Iron hizo un segundo hallazgo.
Después de cada hallazgo, Rose recompensó a Iron con lanzamientos de cubos de goma rojos -lo mismo que Udo, el juego favorito de Iron.
Los perros son comprados a criadores en Europa y Estados Unidos y luego adiestrados en la escuela canina militar en la Base de la Fuerza Aérea Lackland.
Iron fracasó en dos cursos de adiestramiento y su futuro en las fuerzas armadas parecía sombrío hasta que conoció a Rose en diciembre de 2005.
Rose determinó que el problema no era la nariz de Iron. Era el hueso de cuero falso que era usado como recompensa. No era suficientemente sabroso como para hacer que el perro se esforzara por conseguirlo. Cuando Rose probó el cono de goma, Iron empezó a detectar los olores.
Cada perro es diferente. El juguete favorito de Pluto está amarrado a una cuerda, porque le gusta jugar al tira y afloja con Soller. El contramaestre recuerda un perro que sólo se sentía satisfecho con un bife de juguete que chillaba cuando lo mordía.
Si los perros son heridos o enferman, se les atiende de inmediato. Los adiestradores son preparados para entregar cuidados básicos hasta que el perro pueda ser trasladado a un veterinario militar.
Cuando Iron se rompió un diente canino que es crucial para un perro que debe a veces perseguir a sospechosos y retenerlos, le sometieron el mismo día a un tratamiento del conducto radicular para salvarle el diente.
Los casos graves son trasladados a Alemania. Eso ocurrió con el último perro de Rose, Rex. En 2005, Rose y Rex trabajaban en seguridad en el juicio en Bagdad del ex presidente iraquí Saddam Hussein. Un día, Rex no quiso comer. Rose sabía que cuando su pastor alemán de 47 kilos no quería comer, algo andaba mal.
Lo hizo chequear por un veterinario militar en Bagdad. El diagnóstico fue cáncer. Rex se estaba muriendo. Fue trasladado a Alemania y eutanasiado.
Pero a Rex todavía se lo recuerda en el Fuerte Riley, Arkansas, sede de la Primera División de Infantería del ejército y ciudad natal de Rose. En la base, los perros tienen un lugar para jugar. Se llama Rex’s Bark Park.