Para sus protegidos han acabado siendo como una segunda piel. Para el resto, una silueta invisible, un mal menor, a lo sumo el rastro borroso de una incómoda pesadilla. Desde hace tiempo forman parte del paisaje cotidiano de la misma manera que los paraguas, la bicicletas y los postes semafóricos: esa clase de elementos en los que nadie repara hasta que no salen en la fotografías tapando el objeto y echando a perder la toma. Hace tiempo que el proceso de familiarización con la amenaza y el miedo acostumbró a nuestra retina a hacerse la distraída al ver pasar la silueta de los guardaespaldas. De vez en cuando, una crónica con fondo humano sobre vidas escoltadas nos acercaba a la doble aflicción que arrastraban; por una parte, la falta de libertad de quienes estaban condenados al acompañamiento de una sombra tenaz; por otra, la tensión y el miedo de unos protectores puestos ahí para interponerse entre el hombre y esa incierta bala que podría estar acechando a la vuelta de cualquier esquina.
http://www.diariovasco.com/v/20101015/opinion/articulos-opinion/escolta-20101015.html
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