MADRID Chulos de piscina, palizas y disparos
La inseguridad se ha instalado en una decena de piscinas del sur y sureste de la capital. En lo que va de temporada los empleados han sufrido 16 agresiones físicas y amenazas constantes. No faltan los robos a trabajadores y usuarios
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«Venimos a trabajar, no a que nos peguen». Es el clamor de los trabajadores de algunas piscinas que están viviendo este verano su particular calvario. Grupos de menores conflictivos, de entre 12 y 16 ó 17 años, aunque algunos son mayores, son los causantes de los problemas que se están viviendo en una decena de piscinas municipales enclavadas en el sur y el sureste de la capital y que están provocando la indignación de empleados y usuarios, impotentes para atajar ese tipo de actitudes.
En los dos meses y pico de temporada el personal de dichas instalaciones ha sufrido 16 agresiones físicas. Las amenazas son continuas cuando les llaman la atención cada vez que se cuelan saltando la valla perimetral o directamente por la puerta principal como ocurrió en Moratalaz, donde atacaron a un operario por ello. Es el último hecho violento registrado hasta la fecha.Ocurrió el 30 de julio.
No faltan los robos al personal y usuarios, a algunos llegan a arrebatarles sus mochilas y les dejan con lo puesto; en el mejor de los casos, con las chanclas. Ni el incumplimiento de las normas por parte de quienes se bañan vestidos y hasta con zapatos, sobre todo las mujeres gitanas por su cultura. O las molestias que causan al arrojar objetos a la pileta.
Siete tiros en La Mina
«Siempre ha habido problemas, pero este verano se han generalizado». Así lo explican los trabajadores y los sindicatos UGT y CC.OO. El incidente más grave hasta el momento ocurrió en la piscina de La Mina de Carabanchel. «Fue hace dos o tres semanas. Dentro se había peleado un grupo de rumanos y cuando salieron a la calle se liaron a tiros en la misma puerta del recinto. Hubo siete disparos. Dos de ellos resultaron heridos en las piernas», explica UGT y un trabajador de las instalaciones. La mayoría de los conflictos los provocan, sobre todo, personas de etnia gitana, payos problemáticos y marroquíes, a decir de los afectados.
Las instalaciones de Casa de Campo en Moncloa-Aravaca; Aluche (Latina); Moratalaz; Cerro Almodóvar (Villa de Vallecas); San Fermín y Orcasitas (Usera); Plata y Castañar y Raúl González ambas en Villaverde, junto a las de Luis Aragonés (Hortaleza), y las de La Mina (Carabanchel) y Palomeras (Puente de Vallecas) se encuentran entre ellas. Esta última es la que se lleva la palma en número de incidentes: cinco hasta la fecha de los 16 que constan en forma de ataques al personal de las instalaciones.
«El año pasado se registraron una docena y falta un mes para que acabe la temporada», indica Juan Carlos Rodríguez, responsable del servicio municipal de Deportes de UGT. Las denuncias no llegan a siete por temor a las represalias. «Sé en qué coche vienes. Te vas a enterar cuando salgas» o «como me denuncies te mato», dicen los chulos de piscina. Ello ha hecho que una trabajadora tuviera que salir escoltada por la Policía.
Entran por las verjas como Pedro por su casa. «Delante de tus narices dicen: “tengo dinero pero no pienso pagar y me voy a dar un baño”. Y, si les dices algo, te arriesgas a que te den una paliza», explica una operaria de Palomeras que fue agredida y prefiere omitir su nombre. «A mí me golpearon con un cinturón en el brazo por recriminar a cinco críos que se habían colado. Tuve el brazo hinchado y sufrí un ataque de ansiedad. Ahora me viene a buscar mi marido».
Agrega: «Nos intimidan con mancuernas, puños americanos y “nunchakus”». Hasta el vigilante de seguridad fue atacado. «Le golpearon con su propia defensa y le dieron patadas. Nosotros no tenemos ninguna autoridad. Yo venía todos los días con ganas de llorar».
Ante esta realidad, les dejan hacer, se limitan a cumplir sus funciones y, si la cosa se pone fea, llaman a la Policía. Así lo explica Diego, socorrista. «Si se bañan vestidos o la lían recurrimos al encargado y a los agentes. Pero eso no es garantía de que salgan del agua. Saben que no les va a pasar nada. Y que, en el peor de los casos, les echan. Pero vuelven al día siguiente como si tal cosa».
«Te provocan y te chulean»
En la piscina de Moratalaz trabajan Sira y Andrea, y su versión es similar. «Unos entran por la puerta en avalancha y otros tienen el “bono-valla” permanente. Te indignas pero no puedes hacer nada. Si te metes sales perdiendo tú. Y este año es peor. Han cerrado otras piscinas de la zona, como la de La Elipa y Entrevías, y viene lo mejor de cada casa del Ruedo y Valdemingómez». Es vergonzoso que, por 2,20 euros o 45 céntimos que les cuesta la entrada a la mayoría por ser familia numerosa, entren gratis y te partan la cara».
Añade: «Unos cuantos se han adueñado de la piscina. Y no hay derecho. La gente tiene que venir a disfrutar y nosotros a trabajar sin que nos peguen. Pero nadie hace nada. No les importa. Así funciona esto». Este recinto dispone de mediadores interculturales de raza gitana. «Nos respetan más por ser de su etnia. Intentamos que se resuelvan los problemas de forma pacífica», dice David, que minimiza los conflictos. Y prevenir. «No siempre lo consiguen», a decir de los empleados.
A todo ello se unen las provocaciones que sufren por parte de estos grupos, seguros de su impunidad. «Ensucian a propósito y te dicen: “Ahora, limpia”», explica José en Palomeras. «O si no te sueltan: “¡Pégame. O llama a la Policía. Como soy menor no me va a pasar nada”. ¿Y si cumplen sus amenazas, qué?», se pregunta.
Ante este panorama, los trabajadores sufren ansiedad o piden el cambio de destino porque no soportan la presión. Mientras, las quejas de los usuarios crecen y se suelen marchar a la hora de comer. «Los broncas vienen por las tardes. Molestan y buscan conflictos», indica Manuel en Palomeras. Josefa añade: «Recriminé a un chico que se metió vestido y me dijo:”Cállese señora”!. E hizo el gesto de ahogarme con su camiseta».
La denuncia pública de esta situación ha hecho que el Ayuntamiento de Madrid haya reforzado las visitas de control a los recintos más conflictivos, en coordinación con la vigilancia privada que ha aumentado. Eso se ha notado en Vallecas, donde en esta semana hay más tranquilidad. «A ver cuánto dura», indican. «La presencia policial es lo único que funciona por su carácter disuasorio», coinciden los afectados. No obstante, los sindicatos lo consideran insuficiente.
Denuncia a Trabajo
Juan Carlos Rodríguez (UGT) pide implantar un régimen sancionador para los causantes de todos estos problemas. Y recordó que «es obligatorio, según marca la ley, la protección efectiva de los empleados». Por todo ello, han pedido una reunión con el alcalde de Madrid para que explique el alcance del refuerzo de la seguridad. Maribel Vidal, responsable de Salud Laboral de CC.OO. subrayó que han denunciado la situación ante la Inspección de Trabajo de forma genérica por vez primera.
A su juicio, es preciso extender los protocolos de actuación existentes en Plata y Castañar, —la que fuera problemática de Madrid y la primera en contrar con mediadores—; elevar la valla perimetral hasta los 2,5 -3 metros de altura Y dotar a los trabajadores de walkies-talkies».
La inseguridad se ha instalado en una decena de piscinas del sur y sureste de la capital. En lo que va de temporada los empleados han sufrido 16 agresiones físicas y amenazas constantes. No faltan los robos a trabajadores y usuarios
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«Venimos a trabajar, no a que nos peguen». Es el clamor de los trabajadores de algunas piscinas que están viviendo este verano su particular calvario. Grupos de menores conflictivos, de entre 12 y 16 ó 17 años, aunque algunos son mayores, son los causantes de los problemas que se están viviendo en una decena de piscinas municipales enclavadas en el sur y el sureste de la capital y que están provocando la indignación de empleados y usuarios, impotentes para atajar ese tipo de actitudes.
En los dos meses y pico de temporada el personal de dichas instalaciones ha sufrido 16 agresiones físicas. Las amenazas son continuas cuando les llaman la atención cada vez que se cuelan saltando la valla perimetral o directamente por la puerta principal como ocurrió en Moratalaz, donde atacaron a un operario por ello. Es el último hecho violento registrado hasta la fecha.Ocurrió el 30 de julio.
No faltan los robos al personal y usuarios, a algunos llegan a arrebatarles sus mochilas y les dejan con lo puesto; en el mejor de los casos, con las chanclas. Ni el incumplimiento de las normas por parte de quienes se bañan vestidos y hasta con zapatos, sobre todo las mujeres gitanas por su cultura. O las molestias que causan al arrojar objetos a la pileta.
Siete tiros en La Mina
«Siempre ha habido problemas, pero este verano se han generalizado». Así lo explican los trabajadores y los sindicatos UGT y CC.OO. El incidente más grave hasta el momento ocurrió en la piscina de La Mina de Carabanchel. «Fue hace dos o tres semanas. Dentro se había peleado un grupo de rumanos y cuando salieron a la calle se liaron a tiros en la misma puerta del recinto. Hubo siete disparos. Dos de ellos resultaron heridos en las piernas», explica UGT y un trabajador de las instalaciones. La mayoría de los conflictos los provocan, sobre todo, personas de etnia gitana, payos problemáticos y marroquíes, a decir de los afectados.
Las instalaciones de Casa de Campo en Moncloa-Aravaca; Aluche (Latina); Moratalaz; Cerro Almodóvar (Villa de Vallecas); San Fermín y Orcasitas (Usera); Plata y Castañar y Raúl González ambas en Villaverde, junto a las de Luis Aragonés (Hortaleza), y las de La Mina (Carabanchel) y Palomeras (Puente de Vallecas) se encuentran entre ellas. Esta última es la que se lleva la palma en número de incidentes: cinco hasta la fecha de los 16 que constan en forma de ataques al personal de las instalaciones.
«El año pasado se registraron una docena y falta un mes para que acabe la temporada», indica Juan Carlos Rodríguez, responsable del servicio municipal de Deportes de UGT. Las denuncias no llegan a siete por temor a las represalias. «Sé en qué coche vienes. Te vas a enterar cuando salgas» o «como me denuncies te mato», dicen los chulos de piscina. Ello ha hecho que una trabajadora tuviera que salir escoltada por la Policía.
Entran por las verjas como Pedro por su casa. «Delante de tus narices dicen: “tengo dinero pero no pienso pagar y me voy a dar un baño”. Y, si les dices algo, te arriesgas a que te den una paliza», explica una operaria de Palomeras que fue agredida y prefiere omitir su nombre. «A mí me golpearon con un cinturón en el brazo por recriminar a cinco críos que se habían colado. Tuve el brazo hinchado y sufrí un ataque de ansiedad. Ahora me viene a buscar mi marido».
Agrega: «Nos intimidan con mancuernas, puños americanos y “nunchakus”». Hasta el vigilante de seguridad fue atacado. «Le golpearon con su propia defensa y le dieron patadas. Nosotros no tenemos ninguna autoridad. Yo venía todos los días con ganas de llorar».
Ante esta realidad, les dejan hacer, se limitan a cumplir sus funciones y, si la cosa se pone fea, llaman a la Policía. Así lo explica Diego, socorrista. «Si se bañan vestidos o la lían recurrimos al encargado y a los agentes. Pero eso no es garantía de que salgan del agua. Saben que no les va a pasar nada. Y que, en el peor de los casos, les echan. Pero vuelven al día siguiente como si tal cosa».
«Te provocan y te chulean»
En la piscina de Moratalaz trabajan Sira y Andrea, y su versión es similar. «Unos entran por la puerta en avalancha y otros tienen el “bono-valla” permanente. Te indignas pero no puedes hacer nada. Si te metes sales perdiendo tú. Y este año es peor. Han cerrado otras piscinas de la zona, como la de La Elipa y Entrevías, y viene lo mejor de cada casa del Ruedo y Valdemingómez». Es vergonzoso que, por 2,20 euros o 45 céntimos que les cuesta la entrada a la mayoría por ser familia numerosa, entren gratis y te partan la cara».
Añade: «Unos cuantos se han adueñado de la piscina. Y no hay derecho. La gente tiene que venir a disfrutar y nosotros a trabajar sin que nos peguen. Pero nadie hace nada. No les importa. Así funciona esto». Este recinto dispone de mediadores interculturales de raza gitana. «Nos respetan más por ser de su etnia. Intentamos que se resuelvan los problemas de forma pacífica», dice David, que minimiza los conflictos. Y prevenir. «No siempre lo consiguen», a decir de los empleados.
A todo ello se unen las provocaciones que sufren por parte de estos grupos, seguros de su impunidad. «Ensucian a propósito y te dicen: “Ahora, limpia”», explica José en Palomeras. «O si no te sueltan: “¡Pégame. O llama a la Policía. Como soy menor no me va a pasar nada”. ¿Y si cumplen sus amenazas, qué?», se pregunta.
Ante este panorama, los trabajadores sufren ansiedad o piden el cambio de destino porque no soportan la presión. Mientras, las quejas de los usuarios crecen y se suelen marchar a la hora de comer. «Los broncas vienen por las tardes. Molestan y buscan conflictos», indica Manuel en Palomeras. Josefa añade: «Recriminé a un chico que se metió vestido y me dijo:”Cállese señora”!. E hizo el gesto de ahogarme con su camiseta».
La denuncia pública de esta situación ha hecho que el Ayuntamiento de Madrid haya reforzado las visitas de control a los recintos más conflictivos, en coordinación con la vigilancia privada que ha aumentado. Eso se ha notado en Vallecas, donde en esta semana hay más tranquilidad. «A ver cuánto dura», indican. «La presencia policial es lo único que funciona por su carácter disuasorio», coinciden los afectados. No obstante, los sindicatos lo consideran insuficiente.
Denuncia a Trabajo
Juan Carlos Rodríguez (UGT) pide implantar un régimen sancionador para los causantes de todos estos problemas. Y recordó que «es obligatorio, según marca la ley, la protección efectiva de los empleados». Por todo ello, han pedido una reunión con el alcalde de Madrid para que explique el alcance del refuerzo de la seguridad. Maribel Vidal, responsable de Salud Laboral de CC.OO. subrayó que han denunciado la situación ante la Inspección de Trabajo de forma genérica por vez primera.
A su juicio, es preciso extender los protocolos de actuación existentes en Plata y Castañar, —la que fuera problemática de Madrid y la primera en contrar con mediadores—; elevar la valla perimetral hasta los 2,5 -3 metros de altura Y dotar a los trabajadores de walkies-talkies».