Los detectives de la nieve
José Antonio Torrijos con su perro Kimon en la estación de Panticosa, donde entrena muchos días.. A. IPAS
ANA IPAS
Su instinto le guía. No espera ni siquiera la orden de su amo. Kimon ve la nieve revuelta, movida, como si hubiera caído un alud y enseguida comienza a olisquear, a olfatear y correr entre los sueltos copos en busca de posibles víctimas de la avalancha. Aunque siguen desprendiéndose placas del tejado de la cafetería, él continúa con su trabajo porque el tiempo apremia. De repente se para y comienza a escarbar con sus patas. Es la señal para indicar que ha encontrado a alguien. El agente José Antonio Torrijos corre hacia el lugar, comprueba con la sonda que hay un cuerpo y comienza a palear para desenterrarlo.
En esta ocasión es tan solo una práctica que el especialista de la Guardia civil de Montaña y guía de perros especializados en búsqueda de personas tras una avalancha realiza en la estación de Panticosa para que sus canes no pierdan práctica porque son ellos, cuando llegan al lugar del suceso, los primeros que inspeccionan la zona. Los pasados 9 de enero y 2 de febrero, sin embargo, la búsqueda fue una realidad y con un final trágico en ambos casos. En el primero, los tres montañeros que buscaban en Collarada (Villanúa) los hallaron semienterrados por el alud. En el segundo, el accidente mortal del Portalet, el olfato de los perros fue primordial para marcar la zona en la que se encontraba sepultado el cuerpo de un vecino de Sabiñánigo.
Pero los perros de Juan Antonio Torrijos han demostrado tener un olfato infalible en otras muchas ocasiones. "Kimon localizó a uno de los tres sepultados por el alud de la estación de Formigal, marcó el lugar donde encontramos el cadáver de una montañera barcelonesa en Benasque el año pasado e incluso localizó las gafas de su compañero, que pudo escapar de la avalancha", relata. En otros accidentes, incluso la historia ha tenido un final feliz. "Aiton, un can que tuve antes, localizó vivo a un chaval que llevaba sepultado cuatro horas", comenta entusiasmado. Fue en el Garmo Negro de Panticosa y todavía lo recuerdan muchos de los agentes ya que el animal marcó el lugar en el que, bajo metro y medio de nieve, estaba el bilbaíno.
Intensos entrenamientos
Para que no pierdan práctica los perros, 'Torri', como lo conocen sus compañeros, los entrena intensamente. Procura, en invierno, hacer ejercicios dos veces por semana, también los saca al monte para que no pierdan su condición física y los lleva a la estación cuando tiene que hacer labores de orden público. Por eso casi nadie se extraña cuando lo ve subir en la telecabina con sus dos canes o esquiar junto a ellos. Es más, muchas veces los niños se acercan para curiosear y aprovecha para practicar. "Si les apetece les explico cómo es un alud, los peligros que entraña y, si se deciden, hacemos ejercicios rápidos. Construimos un pequeño iglú, alguien se esconde y el perro intenta localizarlo", añade. Así sus animales se acostumbran a muchos olores, a buscar diferentes personas y obtienen, sobre todo cuando juegan con los pequeños, "un aliciente más para su trabajo".
También les esconde mochilas u otros objetos "porque desprenden olor humano" de sus propietarios. Porque es eso lo que buscan los perros, el aroma. Y es curioso que las nuevas ropas, con costuras termoselladas y con propiedades especiales para mantener el calor, también hacen que el rastro tarde más en salir a la superficie. "La persona a la que sepulta un alud puede aguantar más con ellas, pero su pista tarda en salir a la superficie", explica, lo que es un 'hándicap'. Porque calculan que en los primeros 20 minutos tras un alud, hay un 50% de posibilidades de localizar a una persona viva. A partir de los 30, las posibilidades se reducen drásticamente hasta un 10%.
Son datos que también tienen en cuenta para las prácticas. Por eso en el ejercicio especial que realiza en Panticosa y en el que colaboran dos compañeros de Pamplona, Martín Fernández y Sergio Gutiérrez, este también guía de perros, realizan búsquedas en las que juegan con el tiempo y la profundidad. En la primera, el sepultado está bajo un metro de nieve y el perro entra cuando lleva una hora enterrado. En el segundo y tercero, la persona tiene menos espesor de nieve encima, pero el can entra inmediatamente, casi sin tiempo para que salga el olor, por lo que los canes tienen que agudizar más el olfato. Ni a Kimon -pastor belga-, ni a Curro -mestizo-, ni a Blacky -pastor belga- se les escapa.
Por eso son tres miembros más de los grupos de rescate de la Guardia Civil. Los dos primeros forman parte del equipo de Panticosa y el tercero, del de Pamplona. En Huesca, además, existe otro equipo en Benasque. Los perros viven en sus respectivos cuarteles, pero como señala Torrijos, "desde que me levanto hasta que me acuesto están conmigo sea en el trabajo, en el monte o en mi casa".
José Antonio Torrijos con su perro Kimon en la estación de Panticosa, donde entrena muchos días.. A. IPAS
ANA IPAS
Su instinto le guía. No espera ni siquiera la orden de su amo. Kimon ve la nieve revuelta, movida, como si hubiera caído un alud y enseguida comienza a olisquear, a olfatear y correr entre los sueltos copos en busca de posibles víctimas de la avalancha. Aunque siguen desprendiéndose placas del tejado de la cafetería, él continúa con su trabajo porque el tiempo apremia. De repente se para y comienza a escarbar con sus patas. Es la señal para indicar que ha encontrado a alguien. El agente José Antonio Torrijos corre hacia el lugar, comprueba con la sonda que hay un cuerpo y comienza a palear para desenterrarlo.
En esta ocasión es tan solo una práctica que el especialista de la Guardia civil de Montaña y guía de perros especializados en búsqueda de personas tras una avalancha realiza en la estación de Panticosa para que sus canes no pierdan práctica porque son ellos, cuando llegan al lugar del suceso, los primeros que inspeccionan la zona. Los pasados 9 de enero y 2 de febrero, sin embargo, la búsqueda fue una realidad y con un final trágico en ambos casos. En el primero, los tres montañeros que buscaban en Collarada (Villanúa) los hallaron semienterrados por el alud. En el segundo, el accidente mortal del Portalet, el olfato de los perros fue primordial para marcar la zona en la que se encontraba sepultado el cuerpo de un vecino de Sabiñánigo.
Pero los perros de Juan Antonio Torrijos han demostrado tener un olfato infalible en otras muchas ocasiones. "Kimon localizó a uno de los tres sepultados por el alud de la estación de Formigal, marcó el lugar donde encontramos el cadáver de una montañera barcelonesa en Benasque el año pasado e incluso localizó las gafas de su compañero, que pudo escapar de la avalancha", relata. En otros accidentes, incluso la historia ha tenido un final feliz. "Aiton, un can que tuve antes, localizó vivo a un chaval que llevaba sepultado cuatro horas", comenta entusiasmado. Fue en el Garmo Negro de Panticosa y todavía lo recuerdan muchos de los agentes ya que el animal marcó el lugar en el que, bajo metro y medio de nieve, estaba el bilbaíno.
Intensos entrenamientos
Para que no pierdan práctica los perros, 'Torri', como lo conocen sus compañeros, los entrena intensamente. Procura, en invierno, hacer ejercicios dos veces por semana, también los saca al monte para que no pierdan su condición física y los lleva a la estación cuando tiene que hacer labores de orden público. Por eso casi nadie se extraña cuando lo ve subir en la telecabina con sus dos canes o esquiar junto a ellos. Es más, muchas veces los niños se acercan para curiosear y aprovecha para practicar. "Si les apetece les explico cómo es un alud, los peligros que entraña y, si se deciden, hacemos ejercicios rápidos. Construimos un pequeño iglú, alguien se esconde y el perro intenta localizarlo", añade. Así sus animales se acostumbran a muchos olores, a buscar diferentes personas y obtienen, sobre todo cuando juegan con los pequeños, "un aliciente más para su trabajo".
También les esconde mochilas u otros objetos "porque desprenden olor humano" de sus propietarios. Porque es eso lo que buscan los perros, el aroma. Y es curioso que las nuevas ropas, con costuras termoselladas y con propiedades especiales para mantener el calor, también hacen que el rastro tarde más en salir a la superficie. "La persona a la que sepulta un alud puede aguantar más con ellas, pero su pista tarda en salir a la superficie", explica, lo que es un 'hándicap'. Porque calculan que en los primeros 20 minutos tras un alud, hay un 50% de posibilidades de localizar a una persona viva. A partir de los 30, las posibilidades se reducen drásticamente hasta un 10%.
Son datos que también tienen en cuenta para las prácticas. Por eso en el ejercicio especial que realiza en Panticosa y en el que colaboran dos compañeros de Pamplona, Martín Fernández y Sergio Gutiérrez, este también guía de perros, realizan búsquedas en las que juegan con el tiempo y la profundidad. En la primera, el sepultado está bajo un metro de nieve y el perro entra cuando lleva una hora enterrado. En el segundo y tercero, la persona tiene menos espesor de nieve encima, pero el can entra inmediatamente, casi sin tiempo para que salga el olor, por lo que los canes tienen que agudizar más el olfato. Ni a Kimon -pastor belga-, ni a Curro -mestizo-, ni a Blacky -pastor belga- se les escapa.
Por eso son tres miembros más de los grupos de rescate de la Guardia Civil. Los dos primeros forman parte del equipo de Panticosa y el tercero, del de Pamplona. En Huesca, además, existe otro equipo en Benasque. Los perros viven en sus respectivos cuarteles, pero como señala Torrijos, "desde que me levanto hasta que me acuesto están conmigo sea en el trabajo, en el monte o en mi casa".