Un perro labrador recibe la máxima condecoración para animales en el Reino Unido por sus méritos en Afganistán
Labrador de 9 años. Treo, fotografiado junto a su condecoración. Foto: AP / SANG TAN
BEGOÑA ARCE
LONDRES
En el Museo Imperial de la Guerra en Londres, fotógrafos y cámaras de televisión rodean al héroe. A su lado, el sargento Dave Heyhoe relata una y otra vez a los periodistas las hazañas de quien en pocos minutos va a ser condecorado por la princesa Alexandra. El homenajeado le mira, moviendo la cola, pegado a sus piernas.
Treo es un labrador negro de nueve años, de pelo brillante y excelente planta, pero tanta atención le está poniendo algo nervioso. Profesional de los equipos de desactivación de explosivos, en el medio año que pasó con el Ejército británico en Afganistán salvó varias veces la vida de sus compañeros.
En agosto del 2008, en la región de Helmad, Treo detectó con su poderoso olfato una hilera de bombas enlazadas ocultas junto a una carretera y listas para estallar al paso de los soldados. La potentísima carga explosiva de los talibanes podría haber causado una carnicería, con muertes y horrendas mutilaciones. Un mes más tarde, Treo de nuevo descubrió un artefacto similar, que a punto estuvo de hacer saltar por los aires una patrulla de siete soldados del Regimiento Real Irlandés. Ese par de acciones le han valido la concesión de la medalla Dickin, la versión animal de la Victoria Cross, la máxima distinción por méritos de guerra que se entrega en el Reino Unido.
«Las condiciones en la provincia de Helmand eran muy duras, pero Treo se adaptó muy rápidamente y ni por un instante desatendió sus obligaciones», afirma Heyhoe, con sobriedad y orgullo. El perro, que ya se ha jubilado, forma ahora parte de su familia. Ambos comenzaron a trabajar juntos en las calles de Irlanda del Norte y, durante cinco años, la compenetración profesional fue absoluta.
«Cuando estoy a su lado me siento seguro, porque sé que ha salvado mi vida muchas veces», afirma el militar. A pesar de todos los avances científicos, algunas de las misiones de las fuerzas de seguridad siguen dependiendo de los instintos y el entrenamiento de los animales. «El trabajo de los perros para detectar armas y explosivos es vital. No puede ser imitado por ningún aparato tecnológico», explica el intendente de infantería, Graham Shannon, con el pecho repleto de medallas.
«Los dos incidentes por los que Treo está siendo condecorado son solo parte de la historia. Cada día, durante seis meses, salió a patrullar a la búsqueda de bombas o alijos de armas de los insurgentes. En condiciones tan difíciles eso requiere bastante valor por parte del animal y también de quien le dirige».
La medalla Dickin la viene concediendo desde su creación en 1943 la People’s Dispensary for Sick Animals (Dispensario Popular para Animales Enfermos), una organización caritativa a cargo de veterinarios. La prestigiosa recompensa tiene carácter internacional y premia el esfuerzo y sacrificio de los animales en la lucha antiterrorista o en los conflictos bélicos. La de Treo es la número 63 de las que se han otorgado hasta ahora. Antes, 26 perros, 32 palomas mensajeras durante la segunda guerra mundial, tres caballos y un gato han recibido la distinción.
Las ratas, a raya
El gato se llamaba Simon, había nacido en Hong Kong y se lo habían regalado como mascota al capitán de la fragata HMS Amethyst. El buque fue atacado por comunistas chinos en 1949, el capitán murió y la nave permaneció cautiva en el río Yangtze durante 100 días. En ese tiempo, a pesar de las quemaduras que había sufrido, el felino mantuvo a raya a las ratas, que casi lograron hacerse con el barco y fue el gran compañero de la joven tripulación, manteniendo la moral de quienes creyeron que jamás volverían a casa. Si Simon aguantaba el tipo, ellos también.
Entre los últimos galardonados están dos perros de los equipos de rescate de Nueva York, que actuaron en el 11-S. Los canes guiaron y salvaron a varias personas durante la evacuación.
De vuelta al Museo Imperial de la Guerra, acabada la ceremonia y ya con la medalla al cuello, colgada junto al collar, Treo y Heyhoe posan pacientemente. «Es un perro muy especial», dice el sargento antes de despedirse y «por eso siempre digo que es my boy».
Labrador de 9 años. Treo, fotografiado junto a su condecoración. Foto: AP / SANG TAN
BEGOÑA ARCE
LONDRES
En el Museo Imperial de la Guerra en Londres, fotógrafos y cámaras de televisión rodean al héroe. A su lado, el sargento Dave Heyhoe relata una y otra vez a los periodistas las hazañas de quien en pocos minutos va a ser condecorado por la princesa Alexandra. El homenajeado le mira, moviendo la cola, pegado a sus piernas.
Treo es un labrador negro de nueve años, de pelo brillante y excelente planta, pero tanta atención le está poniendo algo nervioso. Profesional de los equipos de desactivación de explosivos, en el medio año que pasó con el Ejército británico en Afganistán salvó varias veces la vida de sus compañeros.
En agosto del 2008, en la región de Helmad, Treo detectó con su poderoso olfato una hilera de bombas enlazadas ocultas junto a una carretera y listas para estallar al paso de los soldados. La potentísima carga explosiva de los talibanes podría haber causado una carnicería, con muertes y horrendas mutilaciones. Un mes más tarde, Treo de nuevo descubrió un artefacto similar, que a punto estuvo de hacer saltar por los aires una patrulla de siete soldados del Regimiento Real Irlandés. Ese par de acciones le han valido la concesión de la medalla Dickin, la versión animal de la Victoria Cross, la máxima distinción por méritos de guerra que se entrega en el Reino Unido.
«Las condiciones en la provincia de Helmand eran muy duras, pero Treo se adaptó muy rápidamente y ni por un instante desatendió sus obligaciones», afirma Heyhoe, con sobriedad y orgullo. El perro, que ya se ha jubilado, forma ahora parte de su familia. Ambos comenzaron a trabajar juntos en las calles de Irlanda del Norte y, durante cinco años, la compenetración profesional fue absoluta.
«Cuando estoy a su lado me siento seguro, porque sé que ha salvado mi vida muchas veces», afirma el militar. A pesar de todos los avances científicos, algunas de las misiones de las fuerzas de seguridad siguen dependiendo de los instintos y el entrenamiento de los animales. «El trabajo de los perros para detectar armas y explosivos es vital. No puede ser imitado por ningún aparato tecnológico», explica el intendente de infantería, Graham Shannon, con el pecho repleto de medallas.
«Los dos incidentes por los que Treo está siendo condecorado son solo parte de la historia. Cada día, durante seis meses, salió a patrullar a la búsqueda de bombas o alijos de armas de los insurgentes. En condiciones tan difíciles eso requiere bastante valor por parte del animal y también de quien le dirige».
La medalla Dickin la viene concediendo desde su creación en 1943 la People’s Dispensary for Sick Animals (Dispensario Popular para Animales Enfermos), una organización caritativa a cargo de veterinarios. La prestigiosa recompensa tiene carácter internacional y premia el esfuerzo y sacrificio de los animales en la lucha antiterrorista o en los conflictos bélicos. La de Treo es la número 63 de las que se han otorgado hasta ahora. Antes, 26 perros, 32 palomas mensajeras durante la segunda guerra mundial, tres caballos y un gato han recibido la distinción.
Las ratas, a raya
El gato se llamaba Simon, había nacido en Hong Kong y se lo habían regalado como mascota al capitán de la fragata HMS Amethyst. El buque fue atacado por comunistas chinos en 1949, el capitán murió y la nave permaneció cautiva en el río Yangtze durante 100 días. En ese tiempo, a pesar de las quemaduras que había sufrido, el felino mantuvo a raya a las ratas, que casi lograron hacerse con el barco y fue el gran compañero de la joven tripulación, manteniendo la moral de quienes creyeron que jamás volverían a casa. Si Simon aguantaba el tipo, ellos también.
Entre los últimos galardonados están dos perros de los equipos de rescate de Nueva York, que actuaron en el 11-S. Los canes guiaron y salvaron a varias personas durante la evacuación.
De vuelta al Museo Imperial de la Guerra, acabada la ceremonia y ya con la medalla al cuello, colgada junto al collar, Treo y Heyhoe posan pacientemente. «Es un perro muy especial», dice el sargento antes de despedirse y «por eso siempre digo que es my boy».