Mantenimiento de la escopeta.
Hasta 1953 los iniciadores de carga estaban hechos de fulminato de mercurio (origen de que los iniciadores —su nombre correcto— se conocieran como fulminantes). En algunos lugares donde la retrocarga se introdujo más lentamente, lo usual era referirse a ellos como pistón que, aunque también iniciador, no era igual al otro ni en su composición química ni mecánica.
Hoy, la necesidad de limpieza se reduce a preparar el arma para grandes períodos de inactividad o para el caso de algún imprevisto
El fulminato de mercurio quemaba de manera irregular dejando gran cantidad de residuos que eran sales higroscópicas, ávidas de humedad a la que roban oxígeno para oxidarse y conseguir estabilidad, pero durante el proceso ocurría lo mismo con las paredes del cañón sobre la que se asentaban, y los gránulos se adherían al acero hasta deteriorar la superficie del mismo. A partir de ese año, y ya definitivamente de 1963, los cartuchos vienen con iniciadores que incorporan un compuesto que no deja sales y quema con mayor homogeneidad, y a los nuevos cartuchos se les llamó non-corr por alusión a que no eran corrosivos. Hoy ni se nombran.
Dos pañuelos de batista de hilo, para que no suelten pelusa, y los accesorios mostrados que caben en un estuche de gafas, es todo lo que se necesita ante cualquier situación.
Pero antes, quien quisiera preservar su escopeta debía seguir escrupulosamente un ritual de limpieza a la vuelta de cada cacería, del que ya no encontramos ni el menor recuerdo (se pasaba abundante agua caliente por el cañón —al estar muy caliente se secaba antes de provocar el óxido y las sales se saturaban—, se arrancaban los restos con una grata de alambre, se limpiaba todo con una baqueta de lana o trapo, y se aplicaba una abundante capa de aceite mineral a modo de conservador.
Actualmente, la necesidad de limpieza se reduce a preparar el arma para grandes períodos de inactividad o para el caso de algún imprevisto como, por ejemplo, que se caiga en el barro. No obstante, hay ciertos mantenimientos mínimos, que de manera discreta y poco perceptible, prolongarán la vida de nuestra escopeta. Quizás esta misma humildad es la que hace que tantos cazadores soslayen este punto.
No mucho
Todo lo que puede requerir intervención es accesible con las manos, así que olvide llevar herramientas
En realidad no es necesario ser un experto para proporcionarle el mantenimiento que requiere. Es lo que se llama mantenimiento de campo y consta de inspeccionar, limpiar y cuidar. Durante la temporada, si el cazador va a salir varias veces, todo se reduce a desmontar y mirar —principalmente donde hay pestillos y pestañas— que no haya entrado tierra, vegetación o pelos (las plumas son inofensivas). La tierra araña las superficies deteriorando los acabados y ajustes. Los restos de vegetación, debido a la humedad que conservan, pueden atacar seriamente a las piezas en acero desnudo que tiene una escopeta. Y el pelo puede llegar a bloquear un mecanismo. Si está todo bien, se pasará un trapo seco y suave que no suelte pelusa, y se volverá a montar.
El segundo pilar, la limpieza, sólo es necesaria en dos casos: si tenemos algún percance durante la caza y al final de cada temporada.
Primeros auxilios
Para los imprevistos es mejor ir prevenidos, pero no se trata de llevar todo todo un kit encima. Con sólo cinco elementos que caben dentro de un estuche de gafas, nos aseguraremos que cazaremos el resto de la jornada (para empezar, ninguna escopeta tiene componentes que puedan ser reparados en el campo. Todo lo que puede requerir intervención es accesible con las manos, así que olvide llevar herramientas, y para la limpieza basta con recurrir al pañuelo, una de las prendas de caza más versátiles).
Los cinco elementos indicados arriba son: unos pocos centímetros cúbicos de aceite muy liviano —densidad entre 5 y 10 SAE— como el que todos conocemos por Tres-en-uno. Limpia y protege, y su baja densidad le permite llegar hasta el último resquicio. Se puede llevar en un frasquito de muestra de perfume o en una petaca en miniatura.
Tienen en un extremo una pesa de metal que siempre se debe introducir por el lado de la recámara arrastrando el hilo hasta la boca. En la otra punta tiene un metal roscado para recibir diversos útiles de limpieza. Si no se consigue una original, se puede recurrir a un trozo de cordel de escalada de entre dos y tres milímetros con la longitud del cañón más otros quince centímetros. Cortar la cabeza de un tornillo y hacer un agujero en el mismo por donde pasar un extremo del cordel. Se cierra el extremo con un lazo y desde el otro tiraremos. Coste total: ¡1,20 euros!
El tercer componente es una conexión que por un lado enrosca en el tornillo de la baqueta y por el otro acepta la rosca de los cepillos. Suele ser un tubo de metal del diámetro de un lapicero y dos centímetros de largo con las roscas interiores, que hemos indicado, en sus extremos (hecha por encargo en un taller cuesta tres euros). El cuarto es un cepillo de pelos de bronce, y el quinto otro igual, pero de lana. Se compran en armerías por 0,85 cada uno. ¡No es necesario llevar nada más! Todo estos elementos de limpieza, más dos aliviamuelles para distensionar los muelles reales cuando acaba la jornada, caben, como hemos dicho, en un estuche de gafas o de plumas.
Escopetas mojadas
Si cayéramos al agua con la escopeta, lo primero es ponerla inmediatamente con los cañones hacia abajo (descargada) para que salga el agua del interior de los mismos, pero, sobre todo y más importante, la que puede haberse introducido por los orificios de los percutores que, por cierto, se llaman grano de fuego. A través de este camino, el líquido alcanzará el sistema de disparo y los muelles interiores si no le ponemos coto; pero donde más daño puede hacer, en un par de semanas, que el cazador tarde en volver a salir, es en las agujas percutoras, donde el óxido las gripará en su alojamiento y nos quedaremos sin arma porque esto ya requiere el concurso del armero.
Secaremos por fuera toda la escopeta y la desmontaremos para secar los interiores, dejando entrar un par de gotas de aceite por cada grano de fuego. Más adelante haremos desmontar y limpiar las baterías en la armería. Por dentro de los cañones secaremos pasando el pañuelo atado por una esquina a un extremo de la baqueta, teniendo cuidado de que el metal no roce con las paredes del cañón.
Caídas en el barro
Si tiene una fuente de agua cerca, ¡lávela! Piense que una buena mojadura no agregará gran cosa al daño que ya está hecho
Si nuestra escopeta se nos cayera en el barro (peor aún es el lodo) puede ser de dos maneras: con el arma abierta o cerrada. Si estaba abierta ya se puede olvidar de todo. Guárdela y el lunes a primera hora la lleva al armero. No trate de disparar corriendo el riesgo de que haya granos de tierra en los sistemas de gatillos o la báscula. Una escopeta es tan fina y delicada como una caja de música y está ajustada como un reloj. Si se trata de una semiautomática se corre, además, el riesgo de tener pérdida de gases que pueden romper permanentemente el arma o provocar quemaduras en la cara. Pero si estaba cerrada, entonces ¡no la abra! ¡Mucha atención!: ponga mucho cuidado en que no haya nadie cerca y controle permanentemente la punta de los cañones. Compruebe que está con el seguro puesto —tenga presente que si se le ha caído (o se ha caído con usted) y no se ha disparado: ¡no se puede pensar que no se disparará!—.
Si tiene una fuente de agua cerca, siga controlando la boca de fuego de los cañones y, sencillamente, ¡lávela! Piense que una buena mojadura no agregará gran cosa al daño que ya está hecho. Si no hay agua, trate de limpiarla con esmero y prolijamente para evitar ralladuras y deteriorar el empavonado.
Tenga presente que una escopeta está tan ajustada incluyendo las superficies donde la madera toma contacto con el metal, que no es posible que entren sólidos. Sólo los líquidos pueden escurrirse dentro. Claro que esto es así para las escopetas de báscula, ya que las repetidoras y semiautomáticas tienen huecos y holguras por las que pude entrar ¡de todo!
En una escopeta hay infinidad de rincones donde buscar, cuidar y controlar para su mantenimiento.
En este caso, queda a conciencia del propietario decidir cuál es la situación.
Una vez limpia, ya la puede abrir. Lo primero es separar los cartuchos que estuvieran dentro. Póngalos aparte para luego deshacerse de ellos, pero no los tire en el campo; en primer lugar, está contaminando y, por otra parte, alguien puede encontrarlos y en un alarde de irresponsabilidad dispararlos o algo peor. Desmonte con cuidado la escopeta, y si ve que podrá limpiarla satisfactoriamente, puede seguir los pasos descritos para el caso anterior.
Si ha entrado barro en el cañón, puede retirar lo más grueso con una ramita muy verde que no atacará al acero —úsela como una baqueta pasándola desde un extremo hasta salir por el otro del cañón, y no arrastre las piedras desde el extremo como si estuviera sacando miel del tarro— luego, deje caer la pesa por dentro del cañón y pase primero el cepillo de alambre, y al final, el de lana.
Una última recomendación: déjela secar. No cometa el error de impregnar la escopeta con aceite tras limpiarla tratando de que no se oxide; lo que hace con esto es cubrir la humedad con una capa de aceite aislante (ya que el agua y el aceite no se mezclan) que no la deja evaporar y consigue el efecto justamente contrario al que busca.
Para guardar
Una escopeta no debería pasar de tres años o cuatro temporadas sin que la vea el armero
Lo mejor es llevarla a la armería para que efectúen sobre ella un repaso general. Pero si ha salido unas pocas veces sin contratiempos, o la temporada ha sido normal sin incidencias, pude optar por hacer un mantenimiento normal y guardarla. En cualquier caso, una escopeta no debería pasar de tres años o cuatro temporadas sin que la vea el armero. De nuevo se trata de inspeccionar, limpiar y cuidar.
Independientemente del tipo de escopeta de que se trate, la desmontaremos en todas las secciones funcionales que la componen. En las de pletina larga que tienen un tornillo, cuya cabeza es una palanquita que permite quitarlo con la mano, dejaremos al descubierto los sistemas de disparo. En las semiautomáticas y repetidoras que lo permiten, desmontaremos también el cargador. Pero, en cualquier caso, todo lo haremos con la mano. Cualquier operación para la que necesite una herramienta, aunque sea un simple destornillador ¡está de más! Inspeccionaremos con paciencia y detalle todas sus superficies y componentes buscando golpes, magulladuras, manchas de óxido y raspaduras.
La baqueta de cordel sirve a todos los propósitos tanto en el campo como en casa, con la grata (en la imagen) y un cepillo de lana, haremos toda la limpieza necesaria.
Ante cualquier golpe es necesario cerciorarse de que no va a afectar la operatividad del arma. Con las magulladuras, como arañazos profundos y pérdida de material, ya sea en la madera o el metal, además de lo dicho antes, hay que comprobar que no tengan bordes cortantes que puedan estropear la funda, la ropa o nuestra propia piel. Con las de la madera, hay que poner especial cuidado de que no sean el comienzo de un debilitamiento que pueda llevar a la rotura, como pasa generalmente cuando éstas se producen en la garganta de la empuñadura.
Las manchas de óxido se retiran con un trapo áspero (tipo arpillera) impregnadas en gasoil (sólo en casos muy extremos hay que recurrir a la lana de acero, ya que esto deteriora el empavonado). Las raspaduras y pérdidas de empavonado se retocan con un poquito de pavón frío, del que se compra en la armería, para evitar que el acero desnudo se nos oxide en esos puntos. Nunca reempavonar una escopeta entera por unas pocas manchitas: esperar a tener unas cuantas razones para hacerlo.
Con la escopeta desmontada, lavaremos cada sección con gasoil y un pincel grande —tipo brocha— de cerdas largas y muy blandas. Secamos a conciencia con un trapo que no suelte pelusa (no sirven la franelas, pero en cambio van muy bien las gamuzas de limpiar los cristales del coche). Pasamos por dentro del cañón el cepillo de alambre para quitar cualquier resto de la combustión y, a continuación, el de lana para limpiar bien. Contrariamente a lo que se piensa, el ánima no se oxida por la humedad, sino por la condensación que se forma en su interior, generando un microclima en el que hay bruma, niebla y lluvia, según los cambios de temperatura. Esto es lo que afecta al cañón: los cambios de temperatura. Así que, hay que guardarla en algún lugar donde todo el año esté con un tiempo muy similar, independientemente de que sea fresco o templado. Nunca ponerla cerca de una estufa, por ejemplo. Y mejor en el armero (o armario) que en su funda.
Con la culata hacia arriba, dejamos entrar un par de gotitas de aceite por los granos de fuego y montamos la escopeta para hacer dos o tres disparos con el cartucho aliviamuelles en la recámara. Con la velocidad y las vibraciones que esto genera, el aceite se dispersa por todo el interior y las gotitas desaparecen como tales, para convertirse en una película que todo lo impregna.
El toque final
Hay que guardarla en algún lugar donde todo el año esté con un tiempo muy similar, nunca ponerla cerca de una estufa, y mejor en el armero que en su funda
Por último, haremos lo siguiente: con un trozo de papel (sirve el del baño) haremos una pelotita más o menos grande (como una de ping-pong), pero sin apretar demasiado. La mojamos bien con el aceite mineral y la apretamos para escurrir hasta que quede húmeda pero no suelte lubricante (esto se llama una muñeca). Con ella frotamos suavemente, en pasadas muy largas, absolutamente toda la escopeta. Si el trabajo está bien hecho, no debemos notar el aceite al agarrarla, pero deben quedar las marcas de los dedos.
El lector se preguntará: si dejamos el ánima seca por lo dicho antes, ¿por qué ahora ponemos aceite en el exterior? La contestación es sencilla: el empavonado es un óxido, sólo que es una oxidación controlada. Pero si encuentra una razón para ello... se descontrolará, así que es necesario impedírselo.
En esta escopeta para zurdos se aprecian los restos de tierra a la derecha de la llave, a la vuelta de una cacería.
Con esto podremos dormir tranquilos hasta la próxima temporada, donde, por cierto, se pone de manifiesto la última premisa: el cuidado.
Tener cuidado significa precisamente eso, cuidarla. La primera vez de cada temporada deberemos pasarle el pañuelo a conciencia para retirar el polvo que puede haber acumulado. En el mismo sitio donde ha estado guardada para que no haya cambios de temperatura, se hacen un par de disparos en seco para despegar la película de aceite de los percutores y muelles reales, que de otra forma pueden romperse. No dejarla donde haya hormigas ya que el ácido fórmico de éstas se come el pavón. No separar las retamas ni zarzas con el cañón como hemos soportado ver en muchas ocasiones. En fin, respetarla como nuestra compañera de caza que es.
Con esto, aunque esté guardada la estaremos cuidando todo el año, teniendo muy presente que una actitud responsable no debe ir más allá del mantenimiento de la escopeta. Si hay algún problema, recurra al armero.
Hasta 1953 los iniciadores de carga estaban hechos de fulminato de mercurio (origen de que los iniciadores —su nombre correcto— se conocieran como fulminantes). En algunos lugares donde la retrocarga se introdujo más lentamente, lo usual era referirse a ellos como pistón que, aunque también iniciador, no era igual al otro ni en su composición química ni mecánica.
Hoy, la necesidad de limpieza se reduce a preparar el arma para grandes períodos de inactividad o para el caso de algún imprevisto
El fulminato de mercurio quemaba de manera irregular dejando gran cantidad de residuos que eran sales higroscópicas, ávidas de humedad a la que roban oxígeno para oxidarse y conseguir estabilidad, pero durante el proceso ocurría lo mismo con las paredes del cañón sobre la que se asentaban, y los gránulos se adherían al acero hasta deteriorar la superficie del mismo. A partir de ese año, y ya definitivamente de 1963, los cartuchos vienen con iniciadores que incorporan un compuesto que no deja sales y quema con mayor homogeneidad, y a los nuevos cartuchos se les llamó non-corr por alusión a que no eran corrosivos. Hoy ni se nombran.
Dos pañuelos de batista de hilo, para que no suelten pelusa, y los accesorios mostrados que caben en un estuche de gafas, es todo lo que se necesita ante cualquier situación.
Pero antes, quien quisiera preservar su escopeta debía seguir escrupulosamente un ritual de limpieza a la vuelta de cada cacería, del que ya no encontramos ni el menor recuerdo (se pasaba abundante agua caliente por el cañón —al estar muy caliente se secaba antes de provocar el óxido y las sales se saturaban—, se arrancaban los restos con una grata de alambre, se limpiaba todo con una baqueta de lana o trapo, y se aplicaba una abundante capa de aceite mineral a modo de conservador.
Actualmente, la necesidad de limpieza se reduce a preparar el arma para grandes períodos de inactividad o para el caso de algún imprevisto como, por ejemplo, que se caiga en el barro. No obstante, hay ciertos mantenimientos mínimos, que de manera discreta y poco perceptible, prolongarán la vida de nuestra escopeta. Quizás esta misma humildad es la que hace que tantos cazadores soslayen este punto.
No mucho
Todo lo que puede requerir intervención es accesible con las manos, así que olvide llevar herramientas
En realidad no es necesario ser un experto para proporcionarle el mantenimiento que requiere. Es lo que se llama mantenimiento de campo y consta de inspeccionar, limpiar y cuidar. Durante la temporada, si el cazador va a salir varias veces, todo se reduce a desmontar y mirar —principalmente donde hay pestillos y pestañas— que no haya entrado tierra, vegetación o pelos (las plumas son inofensivas). La tierra araña las superficies deteriorando los acabados y ajustes. Los restos de vegetación, debido a la humedad que conservan, pueden atacar seriamente a las piezas en acero desnudo que tiene una escopeta. Y el pelo puede llegar a bloquear un mecanismo. Si está todo bien, se pasará un trapo seco y suave que no suelte pelusa, y se volverá a montar.
El segundo pilar, la limpieza, sólo es necesaria en dos casos: si tenemos algún percance durante la caza y al final de cada temporada.
Primeros auxilios
Para los imprevistos es mejor ir prevenidos, pero no se trata de llevar todo todo un kit encima. Con sólo cinco elementos que caben dentro de un estuche de gafas, nos aseguraremos que cazaremos el resto de la jornada (para empezar, ninguna escopeta tiene componentes que puedan ser reparados en el campo. Todo lo que puede requerir intervención es accesible con las manos, así que olvide llevar herramientas, y para la limpieza basta con recurrir al pañuelo, una de las prendas de caza más versátiles).
Los cinco elementos indicados arriba son: unos pocos centímetros cúbicos de aceite muy liviano —densidad entre 5 y 10 SAE— como el que todos conocemos por Tres-en-uno. Limpia y protege, y su baja densidad le permite llegar hasta el último resquicio. Se puede llevar en un frasquito de muestra de perfume o en una petaca en miniatura.
Tienen en un extremo una pesa de metal que siempre se debe introducir por el lado de la recámara arrastrando el hilo hasta la boca. En la otra punta tiene un metal roscado para recibir diversos útiles de limpieza. Si no se consigue una original, se puede recurrir a un trozo de cordel de escalada de entre dos y tres milímetros con la longitud del cañón más otros quince centímetros. Cortar la cabeza de un tornillo y hacer un agujero en el mismo por donde pasar un extremo del cordel. Se cierra el extremo con un lazo y desde el otro tiraremos. Coste total: ¡1,20 euros!
El tercer componente es una conexión que por un lado enrosca en el tornillo de la baqueta y por el otro acepta la rosca de los cepillos. Suele ser un tubo de metal del diámetro de un lapicero y dos centímetros de largo con las roscas interiores, que hemos indicado, en sus extremos (hecha por encargo en un taller cuesta tres euros). El cuarto es un cepillo de pelos de bronce, y el quinto otro igual, pero de lana. Se compran en armerías por 0,85 cada uno. ¡No es necesario llevar nada más! Todo estos elementos de limpieza, más dos aliviamuelles para distensionar los muelles reales cuando acaba la jornada, caben, como hemos dicho, en un estuche de gafas o de plumas.
Escopetas mojadas
Si cayéramos al agua con la escopeta, lo primero es ponerla inmediatamente con los cañones hacia abajo (descargada) para que salga el agua del interior de los mismos, pero, sobre todo y más importante, la que puede haberse introducido por los orificios de los percutores que, por cierto, se llaman grano de fuego. A través de este camino, el líquido alcanzará el sistema de disparo y los muelles interiores si no le ponemos coto; pero donde más daño puede hacer, en un par de semanas, que el cazador tarde en volver a salir, es en las agujas percutoras, donde el óxido las gripará en su alojamiento y nos quedaremos sin arma porque esto ya requiere el concurso del armero.
Secaremos por fuera toda la escopeta y la desmontaremos para secar los interiores, dejando entrar un par de gotas de aceite por cada grano de fuego. Más adelante haremos desmontar y limpiar las baterías en la armería. Por dentro de los cañones secaremos pasando el pañuelo atado por una esquina a un extremo de la baqueta, teniendo cuidado de que el metal no roce con las paredes del cañón.
Caídas en el barro
Si tiene una fuente de agua cerca, ¡lávela! Piense que una buena mojadura no agregará gran cosa al daño que ya está hecho
Si nuestra escopeta se nos cayera en el barro (peor aún es el lodo) puede ser de dos maneras: con el arma abierta o cerrada. Si estaba abierta ya se puede olvidar de todo. Guárdela y el lunes a primera hora la lleva al armero. No trate de disparar corriendo el riesgo de que haya granos de tierra en los sistemas de gatillos o la báscula. Una escopeta es tan fina y delicada como una caja de música y está ajustada como un reloj. Si se trata de una semiautomática se corre, además, el riesgo de tener pérdida de gases que pueden romper permanentemente el arma o provocar quemaduras en la cara. Pero si estaba cerrada, entonces ¡no la abra! ¡Mucha atención!: ponga mucho cuidado en que no haya nadie cerca y controle permanentemente la punta de los cañones. Compruebe que está con el seguro puesto —tenga presente que si se le ha caído (o se ha caído con usted) y no se ha disparado: ¡no se puede pensar que no se disparará!—.
Si tiene una fuente de agua cerca, siga controlando la boca de fuego de los cañones y, sencillamente, ¡lávela! Piense que una buena mojadura no agregará gran cosa al daño que ya está hecho. Si no hay agua, trate de limpiarla con esmero y prolijamente para evitar ralladuras y deteriorar el empavonado.
Tenga presente que una escopeta está tan ajustada incluyendo las superficies donde la madera toma contacto con el metal, que no es posible que entren sólidos. Sólo los líquidos pueden escurrirse dentro. Claro que esto es así para las escopetas de báscula, ya que las repetidoras y semiautomáticas tienen huecos y holguras por las que pude entrar ¡de todo!
En una escopeta hay infinidad de rincones donde buscar, cuidar y controlar para su mantenimiento.
En este caso, queda a conciencia del propietario decidir cuál es la situación.
Una vez limpia, ya la puede abrir. Lo primero es separar los cartuchos que estuvieran dentro. Póngalos aparte para luego deshacerse de ellos, pero no los tire en el campo; en primer lugar, está contaminando y, por otra parte, alguien puede encontrarlos y en un alarde de irresponsabilidad dispararlos o algo peor. Desmonte con cuidado la escopeta, y si ve que podrá limpiarla satisfactoriamente, puede seguir los pasos descritos para el caso anterior.
Si ha entrado barro en el cañón, puede retirar lo más grueso con una ramita muy verde que no atacará al acero —úsela como una baqueta pasándola desde un extremo hasta salir por el otro del cañón, y no arrastre las piedras desde el extremo como si estuviera sacando miel del tarro— luego, deje caer la pesa por dentro del cañón y pase primero el cepillo de alambre, y al final, el de lana.
Una última recomendación: déjela secar. No cometa el error de impregnar la escopeta con aceite tras limpiarla tratando de que no se oxide; lo que hace con esto es cubrir la humedad con una capa de aceite aislante (ya que el agua y el aceite no se mezclan) que no la deja evaporar y consigue el efecto justamente contrario al que busca.
Para guardar
Una escopeta no debería pasar de tres años o cuatro temporadas sin que la vea el armero
Lo mejor es llevarla a la armería para que efectúen sobre ella un repaso general. Pero si ha salido unas pocas veces sin contratiempos, o la temporada ha sido normal sin incidencias, pude optar por hacer un mantenimiento normal y guardarla. En cualquier caso, una escopeta no debería pasar de tres años o cuatro temporadas sin que la vea el armero. De nuevo se trata de inspeccionar, limpiar y cuidar.
Independientemente del tipo de escopeta de que se trate, la desmontaremos en todas las secciones funcionales que la componen. En las de pletina larga que tienen un tornillo, cuya cabeza es una palanquita que permite quitarlo con la mano, dejaremos al descubierto los sistemas de disparo. En las semiautomáticas y repetidoras que lo permiten, desmontaremos también el cargador. Pero, en cualquier caso, todo lo haremos con la mano. Cualquier operación para la que necesite una herramienta, aunque sea un simple destornillador ¡está de más! Inspeccionaremos con paciencia y detalle todas sus superficies y componentes buscando golpes, magulladuras, manchas de óxido y raspaduras.
La baqueta de cordel sirve a todos los propósitos tanto en el campo como en casa, con la grata (en la imagen) y un cepillo de lana, haremos toda la limpieza necesaria.
Ante cualquier golpe es necesario cerciorarse de que no va a afectar la operatividad del arma. Con las magulladuras, como arañazos profundos y pérdida de material, ya sea en la madera o el metal, además de lo dicho antes, hay que comprobar que no tengan bordes cortantes que puedan estropear la funda, la ropa o nuestra propia piel. Con las de la madera, hay que poner especial cuidado de que no sean el comienzo de un debilitamiento que pueda llevar a la rotura, como pasa generalmente cuando éstas se producen en la garganta de la empuñadura.
Las manchas de óxido se retiran con un trapo áspero (tipo arpillera) impregnadas en gasoil (sólo en casos muy extremos hay que recurrir a la lana de acero, ya que esto deteriora el empavonado). Las raspaduras y pérdidas de empavonado se retocan con un poquito de pavón frío, del que se compra en la armería, para evitar que el acero desnudo se nos oxide en esos puntos. Nunca reempavonar una escopeta entera por unas pocas manchitas: esperar a tener unas cuantas razones para hacerlo.
Con la escopeta desmontada, lavaremos cada sección con gasoil y un pincel grande —tipo brocha— de cerdas largas y muy blandas. Secamos a conciencia con un trapo que no suelte pelusa (no sirven la franelas, pero en cambio van muy bien las gamuzas de limpiar los cristales del coche). Pasamos por dentro del cañón el cepillo de alambre para quitar cualquier resto de la combustión y, a continuación, el de lana para limpiar bien. Contrariamente a lo que se piensa, el ánima no se oxida por la humedad, sino por la condensación que se forma en su interior, generando un microclima en el que hay bruma, niebla y lluvia, según los cambios de temperatura. Esto es lo que afecta al cañón: los cambios de temperatura. Así que, hay que guardarla en algún lugar donde todo el año esté con un tiempo muy similar, independientemente de que sea fresco o templado. Nunca ponerla cerca de una estufa, por ejemplo. Y mejor en el armero (o armario) que en su funda.
Con la culata hacia arriba, dejamos entrar un par de gotitas de aceite por los granos de fuego y montamos la escopeta para hacer dos o tres disparos con el cartucho aliviamuelles en la recámara. Con la velocidad y las vibraciones que esto genera, el aceite se dispersa por todo el interior y las gotitas desaparecen como tales, para convertirse en una película que todo lo impregna.
El toque final
Hay que guardarla en algún lugar donde todo el año esté con un tiempo muy similar, nunca ponerla cerca de una estufa, y mejor en el armero que en su funda
Por último, haremos lo siguiente: con un trozo de papel (sirve el del baño) haremos una pelotita más o menos grande (como una de ping-pong), pero sin apretar demasiado. La mojamos bien con el aceite mineral y la apretamos para escurrir hasta que quede húmeda pero no suelte lubricante (esto se llama una muñeca). Con ella frotamos suavemente, en pasadas muy largas, absolutamente toda la escopeta. Si el trabajo está bien hecho, no debemos notar el aceite al agarrarla, pero deben quedar las marcas de los dedos.
El lector se preguntará: si dejamos el ánima seca por lo dicho antes, ¿por qué ahora ponemos aceite en el exterior? La contestación es sencilla: el empavonado es un óxido, sólo que es una oxidación controlada. Pero si encuentra una razón para ello... se descontrolará, así que es necesario impedírselo.
En esta escopeta para zurdos se aprecian los restos de tierra a la derecha de la llave, a la vuelta de una cacería.
Con esto podremos dormir tranquilos hasta la próxima temporada, donde, por cierto, se pone de manifiesto la última premisa: el cuidado.
Tener cuidado significa precisamente eso, cuidarla. La primera vez de cada temporada deberemos pasarle el pañuelo a conciencia para retirar el polvo que puede haber acumulado. En el mismo sitio donde ha estado guardada para que no haya cambios de temperatura, se hacen un par de disparos en seco para despegar la película de aceite de los percutores y muelles reales, que de otra forma pueden romperse. No dejarla donde haya hormigas ya que el ácido fórmico de éstas se come el pavón. No separar las retamas ni zarzas con el cañón como hemos soportado ver en muchas ocasiones. En fin, respetarla como nuestra compañera de caza que es.
Con esto, aunque esté guardada la estaremos cuidando todo el año, teniendo muy presente que una actitud responsable no debe ir más allá del mantenimiento de la escopeta. Si hay algún problema, recurra al armero.