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El vigía del Patrimonio Nacional

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1El vigía del Patrimonio Nacional Empty El vigía del Patrimonio Nacional Mar Nov 01, 2011 4:37 pm

Juanito

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ADMINISTRADOR
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El vigía del Patrimonio Nacional


Miguel Ángel Ramírez, que se inició con la venta de fruta y hoy dirige un imperio de casi cuatro mil empleados, se consolida como uno de los grandes gestores de la seguridad privada en España

PEDRO GUERRA
LAS PALMAS DE GRAN CANARIA Veinticinco años después de recorrer los barrios del Cono Sur de la capital grancanaria vendiendo fruta con sus inseparables primos, el imperio Ralons se levanta con una facturación de más de cien millones de euros y cerca de cuatro mil trabajadores. Todo queda aún de aquel Miguel Ángel Ramírez, buscavidas que aprendió a manejar dinero desde muy joven y cuya ambición no había quien la frenara. El pasado lunes el Gobierno le adjudicó a Seguridad Integral Canaria, la matriz del grupo de empresas de Ramírez, la seguridad de las más notables dependencias del Patrimonio de Estado por un montante cercano a los ocho millones de euros anuales. Todo un hito para un empresario que, próximo a cumplir los 42 años, se ha granjeado un puñado de enemigos directamente proporcional al número de contratos públicos que colecciona.

No es Miguel Ángel Ramírez Alonso (Las Palmas de Gran Canaria, 1969) un escualo fácil de cazar en el difícil mundo de los negocios. Se curtió en la calle, en la venta de fruta, se formó bajo la sombra de Ángel Luis Tadeo y ahora se codea con los más poderosos empresarios canarios subido a su BMW 750 de 150.000 euros. Y lleva chófer, porque guardaespaldas no necesita alguien que acumula todas las titulaciones que el Ministerio del Interior tiene acreditadas en materia de seguridad privada.

Y a pesar de todo ello, a pesar de ser capaz de sentar en una misma mesa a todos los líderes políticos del Archipiélago antes de ver un partido de la UD Las Palmas, que preside desde hace seis años y que le ha supuesto un relanzamiento más que considerable en su faceta pública, Ramírez aún se acuerda de aquellos madrugones para ir a comprar fruta a Mercalaspalmas, a las cuatro de la mañana, junto a sus primos Manuel y Jorge, para luego venderla casa por casa por San José, Zárate, Hoya de la Plata o Tres Palmas. Ahí nació su capacidad de sacrificio y su voracidad, esas cualidades que aún hoy le impiden acostarse en la cama si no ha conseguido todavía el objetivo marcado en la agenda del día. Esa es una de las grandes diferencias entre Ramírez y sus competidores. Para él no existe el descanso si por sus alrededores merodea un buen negocio. Es instinto; nació con él y lo ha desarrollado con el paso de los años. En la calle.

Aún hoy, con un imperio montado en torno a un negocio emergente en tiempo de crisis como es la seguridad privada, sobre todo porque el setenta por ciento de su facturación depende de la Administración pública, muchos se preguntan cómo ha podido llegar Miguel Ángel Ramírez tan lejos. En su juventud, tras vender fruta junto a sus primos, su barrio natal de Tamaraceite fue testigo de cómo nace, se desarrolla y triunfa un emprendedor al que el riesgo le tocó a la puerta desde muy joven. Porque no sólo de la venta de fruta vivía Ramírez en su adolescencia; por las tardes, cuando el Gran Canaria daba sus primeros pasos en el baloncesto profesional, Ramírez era el jefe de la pandilla que se encargaba de velar por la seguridad de los vehículos de los jugadores del Granca. La Honda 500 de Berdi Pérez, el Seat Panda blanco de Joaquín Costa o el Volkswagen Golf GTI de Joan Pera estaban al cuidado de un Ramírez que, con la autoridad con la que hoy gobierna una empresa de casi cuatro mil empleados, imponía respeto entre los que se ganaban la vida en Tamaraceite como ladrones de poca monta de los aparatos de radio de los vehículos de la zona. Fue ahí cuando ya empezó a mostrar interés por el negocio de la seguridad, al calor de lo que aprendió de su padre, Francisco Ramírez Méndez, un vigilante de seguridad que llegó a estar un año sin cobrar por los problemas económicos de la empresa para la que trabajaba.

El nacimiento de SIC

El año 1995 marcó un punto de inflexión en la vida de Miguel Ángel Ramírez, cuando decidió crear, asesorado por su padre y junto a otro socio, Seguridad Integral Canaria. Tenía entonces 26 años y ya antes se había adentrado en el mundo de los negocios a través de Charcutería La Ideal y Canarimundi, una empresa de embutidos y otra de transporte de mercancías de las que sacó los 12 millones de pesetas (72.000 euros) necesarios para poner en marcha SIC, con medio centenar de empleados y con Iberia y el Banco Santander como primeros clientes. Y no fue un camino de rosas el desarrollo de la empresa. Ha tenido que pleitear durante años con la familia de su ex socio por la titularidad del negocio y los tribunales, por el momento, le han dado la razón siempre.

Con un núcleo duro de no más de diez personas que forman la guardia pretoriana de Ramírez, con su padre como principal estandarte, en la vida de Seguridad Integral Canaria y en la del propio Ramírez el nombre de Án- gel Luis Tadeo (fallecido el pasado mes de enero) ha de convertirse en un factor decisivo. Con motivo de su muerte, Ramírez dejó claro quién había sido Tadeo para él: "Fue un padre, un hermano y un amigo. Me abrió muchas puertas", aseguró entonces.

Porque Ángel Luis Tadeo apareció en la vida de Ramírez al mismo tiempo que su proyecto de empresa de seguridad comenzaba a gatear. Fue con motivo de la compra del hotel Sansofé por parte de Tadeo cuando se produjo el primer encuentro entre ambos. Ahí nació una relación profesional de la que Ramírez obtuvo la seguridad privada de todos los hoteles del Grupo Dunas, primero, pero que después le permitió conocer a la flor y nata del empresariado y la política de Canarias. Ese fue el verdadero negocio de Ramírez; fue así como se expandió a la velocidad de la luz Seguridad Integral Canaria, una empresa que en su primer año (1995) facturó 114 millones de pesetas (poco más de 700.000 euros), que en 2006 ya acumulaba una cifra cercana a los 60 millones de euros y que en el último ejercicio ya se ha situado entre las 50 mayores empresas del Archipiélago con una facturación superior a los 100 millones de euros. Sí, sólo un escalón por debajo de los Santana Cazorla, Eustasio López, Germán Suárez o los hermanos Domínguez. Eso por el momento.

Contratos públicos.

El mayor de los cuatro hermanos Ramírez Alonso tiene perfectamente claro que para mantener un negocio de seguridad privada como el suyo necesita agarrarse a los contratos con las administraciones públicas. A pesar de que en estos tiempos que corren los retrasos en los pagos son habituales en cabildos y ayuntamientos, sabe negociar los cobros con la misma agilidad con la que es capaz de poner toda la carne en el asador a la hora de presentarse a un concurso público. Por eso tiene un reguero de enemigos esparcido por toda la geografía nacional a la espera de venganza. Él lo sabe y, simplemente, ha aprendido a vivir rodeado por ellos.

Cuentan sus personas más cercanas que uno de los peores momentos en la vida de Miguel Ángel Ramírez se produjo el pasado mes de septiembre, cuando recibió la noticia de la condena a tres años de cárcel por un delito contra el medio ambiente cometido tras una construcción ilegal en su chalé de La Milagrosa. Un error que Ramírez jamás pensó que podría cometer y del que sus enemigos tratan de sacar rédito, de momento sin éxito, como demuestra la adjudicación de la seguridad del Patrimonio Nacional, con enclaves como el Monasterio de El Escorial.

Una de las claves del éxito de Miguel Ángel Ramírez como empresario bascula alrededor de su capacidad para arriesgar en los momentos en los que a cualquier otro le tiembla el pulso. Cuando un negocio sobrevuela su cabeza, como la mosca que revolotea inquieta, con una simple mirada Ramírez ya ha calculado cuánto tiene que invertir y cuánto va a ganar y en cuánto tiempo. No le importan los adversarios a los que tendrá que enfrentarse para conseguir el business. Porque él guarda una máxima y cada vez que tiene ocasión, con motivo de algún encuentro con íntimos, la deja caer sobre la mesa como el que lanza una frase cualquiera sin la menor importancia, pero consciente de que sus palabras harán meditar a todo aquel que las escuche: "No es el pez grande el que se come al chico. Es el rápido el que se come al grande".
Las Provincias.es



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