A la gente sencilla y honrada como Miriam y Wilson hay cosas que nunca les deberían haber pasado. Quizá por eso la Policía Nacional recuperó el martes sano y salvo a Alexander, el bebé de dos meses secuestrado el lunes sobre las siete de la tarde en una cafetería de La Caleta por una treintañera boliviana que se ayudó de todo tipo de argucias para llevar a cabo el engaño. La historia, con final dichoso y feliz, es truculenta, rica en ardides y rebosante en dolor, lágrimas, desesperación desgarrada de una madre robada.
Los hechos, según testimonio del padre, de la madre y del medio centenar de paisanos de Cochabamba, Bolivia, que hacían guardia para acompañar a esta familia en su drama, comienzan con un batido de bananas. Marian Norma, que así dicen que se llama la mujer que se llevó a Alexander, quería alquilar la habitación que a esta familia le quedaba vacía. Viven junto a la Hípica, en el Zaidín, en un segundo piso amplio, el matrimonio, sus dos hijos y el bebé. También cohabita una hermana pequeña de la madre de Alexander. Queda un hueco, otra habitación más, que puede alquilarse. Es la que, en principio, iba a quedarse la mujer que les ha proporcionado 24 horas completas de infierno.
«Ella trató de ganarse la confianza de Mirian, la madre de Alexander, con un par de visitas. Lloraba incluso para pedir por favor que le alquilasen la habitación. Decía que la necesitaba». Resulta que la segunda o tercera vez que fue a visitar a la madre de Alexander apareció «con un paquete de azúcar, otro de leche y unas bananas». Cuentan que hizo unos batidos, típicos en Bolivia. «Pero hizo dos veces en la licuadora. Una primera parte de tres vasos para Miriam y sus dos hijos grandes. Una segunda para ella. Yalgo debió echar en la primera».
Pócimas y embustes
El embuste, más allá de pócimas, drogas o pastillas, acababa de comenzar. «Contó que estaba trabajando y que tenía un bebé pequeño como Alexander en la incubadora del hospital. Que podía cuidarlo mientras ella trabajaba». Así que dejaron el piso en el Zaidín y fueron al hospital a visitar al bebé. Al otro bebé «que no existió nunca». Fue al llegar a La Caleta «cuando me mareé y sentí vómitos», cuenta la mamá de Alexander. «Entramos en un bar y le dejé a mi pequeño para que me lo cuidara mientras me aliviaba», dice entre dantescos sollozos la desangelada madre, abrazando una foto ampliada de su Alexander, mientras se agarra a los barrotes de su cuna. Uno no puede ni imaginar el dolor que recorre su cuerpo en este momento. «Cuando salí del servicio y vi que no estaba ni ella ni mi hijo quedé congelada. Salí corriendo del bar, crucé la calle chillando y paré en la fuente de La Caleta. Allí, una señora me consoló y llamó a la policía». Entonces comenzaron los trámites, se presentó la correspondiente denuncia y comenzó un calvario en el piso del Zaidín. Llegaría la noche pero no el sueño. Yla mañana, y el mediodía. Yla tarde, y el anochecer.
El piso de la Hípica del Zaidín estaba lleno de paisanos de Cochabamba. Bolivia. Enjutos, morenos, recios. Todos compungidos. Apesadumbrados. Educados en extremo, gente que habla en voz bajita. Todos tratando de explicar lo que estaba pasando, de ayudar, de apoyar, de compartir el dolor. En el cuarto del bebé que no está Mirian, la madre de Alexander, es incontenible en su llanto. Rodeada de sus seres más queridos, de sus otros dos hijos, de su hermana, de su marido, se abraza al retrato. Espera un milagro. Yel milagro aparece. ¿Cómo explicar cómo cambia la cara de una madre a la que le falta su hijo cuando le dicen que la policía lo acaba de encontrar?
Mirian escuchó la noticia y siguió llorando. Pero las lágrimas de dolor eran de alegría.
http://www.diariosur.es/v/20110331/andalucia/policia-recupera-bebe-secuestrado-20110331.html
Los hechos, según testimonio del padre, de la madre y del medio centenar de paisanos de Cochabamba, Bolivia, que hacían guardia para acompañar a esta familia en su drama, comienzan con un batido de bananas. Marian Norma, que así dicen que se llama la mujer que se llevó a Alexander, quería alquilar la habitación que a esta familia le quedaba vacía. Viven junto a la Hípica, en el Zaidín, en un segundo piso amplio, el matrimonio, sus dos hijos y el bebé. También cohabita una hermana pequeña de la madre de Alexander. Queda un hueco, otra habitación más, que puede alquilarse. Es la que, en principio, iba a quedarse la mujer que les ha proporcionado 24 horas completas de infierno.
«Ella trató de ganarse la confianza de Mirian, la madre de Alexander, con un par de visitas. Lloraba incluso para pedir por favor que le alquilasen la habitación. Decía que la necesitaba». Resulta que la segunda o tercera vez que fue a visitar a la madre de Alexander apareció «con un paquete de azúcar, otro de leche y unas bananas». Cuentan que hizo unos batidos, típicos en Bolivia. «Pero hizo dos veces en la licuadora. Una primera parte de tres vasos para Miriam y sus dos hijos grandes. Una segunda para ella. Yalgo debió echar en la primera».
Pócimas y embustes
El embuste, más allá de pócimas, drogas o pastillas, acababa de comenzar. «Contó que estaba trabajando y que tenía un bebé pequeño como Alexander en la incubadora del hospital. Que podía cuidarlo mientras ella trabajaba». Así que dejaron el piso en el Zaidín y fueron al hospital a visitar al bebé. Al otro bebé «que no existió nunca». Fue al llegar a La Caleta «cuando me mareé y sentí vómitos», cuenta la mamá de Alexander. «Entramos en un bar y le dejé a mi pequeño para que me lo cuidara mientras me aliviaba», dice entre dantescos sollozos la desangelada madre, abrazando una foto ampliada de su Alexander, mientras se agarra a los barrotes de su cuna. Uno no puede ni imaginar el dolor que recorre su cuerpo en este momento. «Cuando salí del servicio y vi que no estaba ni ella ni mi hijo quedé congelada. Salí corriendo del bar, crucé la calle chillando y paré en la fuente de La Caleta. Allí, una señora me consoló y llamó a la policía». Entonces comenzaron los trámites, se presentó la correspondiente denuncia y comenzó un calvario en el piso del Zaidín. Llegaría la noche pero no el sueño. Yla mañana, y el mediodía. Yla tarde, y el anochecer.
El piso de la Hípica del Zaidín estaba lleno de paisanos de Cochabamba. Bolivia. Enjutos, morenos, recios. Todos compungidos. Apesadumbrados. Educados en extremo, gente que habla en voz bajita. Todos tratando de explicar lo que estaba pasando, de ayudar, de apoyar, de compartir el dolor. En el cuarto del bebé que no está Mirian, la madre de Alexander, es incontenible en su llanto. Rodeada de sus seres más queridos, de sus otros dos hijos, de su hermana, de su marido, se abraza al retrato. Espera un milagro. Yel milagro aparece. ¿Cómo explicar cómo cambia la cara de una madre a la que le falta su hijo cuando le dicen que la policía lo acaba de encontrar?
Mirian escuchó la noticia y siguió llorando. Pero las lágrimas de dolor eran de alegría.
http://www.diariosur.es/v/20110331/andalucia/policia-recupera-bebe-secuestrado-20110331.html