Una presentación para la prensa contra la prensa
Es de suponer que la presentación de un museo a la prensa se organiza para que los periodistas asistan con relativa comodidad a sus instalaciones y así puedan informar con la mayor veracidad posible. Y también es de suponer que la organización del Museo Thyssen debió sentirse esta mañana abrumada ante el ingente número de redactores y medios gráficos, locales y nacionales (entre unos y otros debían acercarse al centenar) que acudieron a la presentación convocada un día antes de la inauguración, prevista para mañana. También es cierto que esta abultada respuesta resultaba fácil de prever, ya que todos los medios estaban obligados a acreditar previamente a sus enviados. Pero uno, que ya está acostumbrado a acudir a inauguraciones de museos y exposiciones, ya va preparado para no ver nada o muy poco, mientras piensa en regresar en un par de semanas para disfrutar de las obras de arte con tranquilidad, para cosecha propia. A lo que uno no está acostumbrado es a que lo traten como a un animal. Y eso fue exactamente lo que pasó esta mañana.
Desde el principio quedó claro que la organización del evento iba a dejar bastante que desear. La prensa se apiñó en el patio del Palacio Villalón y no era difícil aventurar lo que iba a ocurrir tras la rueda de prensa. La nube de periodistas persiguió a Carmen Thyssen por las salas del museo mientras un nutrido grupo (más de una decena) de vigilantes de seguridad dirigían el tráfico para despejar el camino a la baronesa. En un momento, cuando la mentora del museo se detuvo a posar delante de uno de los cuadros más significativos (La fuente de Reding de Gómez-Gil), se armó entre los fotógrafos una trifulca, comprensible dada la imposibilidad de que todos dispusieran del mismo ángulo, de la que la baronesa fue rápidamente evacuada por dos guardaespaldas. Así que quedaba más o menos claro que ver, lo que dice ver, se iba a ver poco. La misma organización, consciente de la situación, convocó de manera improvisada una segunda visita para las 16:30 de esta misma tarde dedicada únicamente a los redactores, que fueron avisados por teléfono. Pero algunos pensamos que con una ya habíamos tenido bastante. Lo peor, eso sí, estaba por venir.
Terminada la visita, los periodistas nos quedamos en el patio, a la espera de que alguien diera por terminada la presentación. Pero en lugar de este simple trámite de cortesía, aparecieron los vigilantes de seguridad. Uno de ellos se puso a gritar "¡La prensa, fuera! ¡La prensa, fuera!" La prensa, claro, éramos nosotros. Los mismos para quienes se había organizado esta visita. Ante el desconcierto, los mismos vigilantes comenzaron a empujarnos, directamente y sin titubeos, hasta la calle. Todo a costa de dejar el camino libre a la baronesa. Yo comentaba la situación por el móvil a mi compañera Rocío Armas y cuando le comenté que los vigilantes nos expulsaban a empujones, uno de los mismos vigilantes que me escuchó me replicó: "No estamos empujando a nadie". Pero sólo tenía que comprobar dónde se apoyaba el brazo de su compañero: justo en mi espalda.Cuando hubimos salido todos, la puerta se cerró en nuestras narices.
A nadie le gusta que le traten como a una cabeza de ganado cuando hace su trabajo, sobre todo cuando lo hace respetuosamente y observando todas las indicaciones. Quienes me empujaron ni me conocen de nada ni tenían motivos, como a mis compañeros. Mal empezamos con el Museo Thyssen.
http://www.malagahoy.es/
Es de suponer que la presentación de un museo a la prensa se organiza para que los periodistas asistan con relativa comodidad a sus instalaciones y así puedan informar con la mayor veracidad posible. Y también es de suponer que la organización del Museo Thyssen debió sentirse esta mañana abrumada ante el ingente número de redactores y medios gráficos, locales y nacionales (entre unos y otros debían acercarse al centenar) que acudieron a la presentación convocada un día antes de la inauguración, prevista para mañana. También es cierto que esta abultada respuesta resultaba fácil de prever, ya que todos los medios estaban obligados a acreditar previamente a sus enviados. Pero uno, que ya está acostumbrado a acudir a inauguraciones de museos y exposiciones, ya va preparado para no ver nada o muy poco, mientras piensa en regresar en un par de semanas para disfrutar de las obras de arte con tranquilidad, para cosecha propia. A lo que uno no está acostumbrado es a que lo traten como a un animal. Y eso fue exactamente lo que pasó esta mañana.
Desde el principio quedó claro que la organización del evento iba a dejar bastante que desear. La prensa se apiñó en el patio del Palacio Villalón y no era difícil aventurar lo que iba a ocurrir tras la rueda de prensa. La nube de periodistas persiguió a Carmen Thyssen por las salas del museo mientras un nutrido grupo (más de una decena) de vigilantes de seguridad dirigían el tráfico para despejar el camino a la baronesa. En un momento, cuando la mentora del museo se detuvo a posar delante de uno de los cuadros más significativos (La fuente de Reding de Gómez-Gil), se armó entre los fotógrafos una trifulca, comprensible dada la imposibilidad de que todos dispusieran del mismo ángulo, de la que la baronesa fue rápidamente evacuada por dos guardaespaldas. Así que quedaba más o menos claro que ver, lo que dice ver, se iba a ver poco. La misma organización, consciente de la situación, convocó de manera improvisada una segunda visita para las 16:30 de esta misma tarde dedicada únicamente a los redactores, que fueron avisados por teléfono. Pero algunos pensamos que con una ya habíamos tenido bastante. Lo peor, eso sí, estaba por venir.
Terminada la visita, los periodistas nos quedamos en el patio, a la espera de que alguien diera por terminada la presentación. Pero en lugar de este simple trámite de cortesía, aparecieron los vigilantes de seguridad. Uno de ellos se puso a gritar "¡La prensa, fuera! ¡La prensa, fuera!" La prensa, claro, éramos nosotros. Los mismos para quienes se había organizado esta visita. Ante el desconcierto, los mismos vigilantes comenzaron a empujarnos, directamente y sin titubeos, hasta la calle. Todo a costa de dejar el camino libre a la baronesa. Yo comentaba la situación por el móvil a mi compañera Rocío Armas y cuando le comenté que los vigilantes nos expulsaban a empujones, uno de los mismos vigilantes que me escuchó me replicó: "No estamos empujando a nadie". Pero sólo tenía que comprobar dónde se apoyaba el brazo de su compañero: justo en mi espalda.Cuando hubimos salido todos, la puerta se cerró en nuestras narices.
A nadie le gusta que le traten como a una cabeza de ganado cuando hace su trabajo, sobre todo cuando lo hace respetuosamente y observando todas las indicaciones. Quienes me empujaron ni me conocen de nada ni tenían motivos, como a mis compañeros. Mal empezamos con el Museo Thyssen.
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