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La espina clavada de una víctima

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1La espina clavada de una víctima Empty La espina clavada de una víctima Sáb Nov 05, 2011 12:18 am

PARRUCU

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COLABORADOR
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Adoración Zubeldia observa de frente a los etarras que mataron a su marido, José Javier Múgica


El pasado miércoles, el día que, en principio, le tocaba testificar, no pudo hacerlo. Adoración declaró escondida tras la mampara que evita que los acusados puedan reconocerla, la colocada en el tribunal para que los delincuentes enjuiciados no puedan reconocer a los testigos protegidos y tomar en el futuro represalias contra ellos. Desde allí, contó entre sollozos cómo salió al balcón nada más escuchar la explosión de la bomba lapa que los terroristas adosaron a los bajos de la furgoneta de su marido y cómo la vio arder junto a su cuerpo. Después, salió por la puerta de atrás y entró por la principal para sentarse entre el público. Y se quejó. “No he podido verlos”, dijo a los familiares que la acompañaron al juicio.


Ayer, Adoración, se sentó de cara al tribunal, con la intención de no perder su segunda oportunidad. Con los asesinos de su marido a su espalda y de cara a los magistrados, no pudo evitar volver a llorar al recordar la muerte de su marido. “Oí un ruido y tembló toda la casa. Salí al balcón. Vi a mi marido, que estaba en el suelo a una distancia. Vi la furgoneta que se estaba quemando y que él también se estaba quemando”, repitió con la voz quebrada. Después desgranó el rosario de amenazas que habían recibido previamente. Cómo en su trabajo como conductor de autobús escolar, Múgica tenía que soportar que los estudiantes le tomaran el pelo. Cómo él mismo, brocha en mano, se dedicaba a borrar las pintadas de dianas que aparecían en su tienda de fotografía. El robo de material, la quema de un coche... Francisco Javier García Gaztelu, Txapote, quien presuntamente ordenó el asesinato al comando formado por Andoni Otegi, Oscar Zelarain y Juan Carlos Besance, escuchaba el relato incómodo. Con cara de circunstancias. Mirada esquiva.

Terminadas las preguntas, la presidenta del tribunal, Carmen Paloma González, permite a Adoración abandonar la sala. El agente judicial —el funcionario que auxilia en los juicios llamando a los testigos y repartiendo la documentación— se acerca a la viuda para mostrarle la salida. Ella, por sorpresa, le lanza: “¿Les puedo mirar a estos chicos?”. Sin esperar la respuesta se da la vuelta y observa cara a cara a los acusados durante dos segundos. El silencio reinante en la sala subraya la tensión del momento. Lo interrumpe la presidenta con cierta incomodidad. “A ver, por favor, ¿quiere usted abandonar la sala?; si no, puede usted sentarse”, le dice. Adoración no puede evitar lanzar otra mirada antes de enfilar la puerta. Lo ha logrado.

Ya en las postrimerías del juicio, solo Andoni Otegi, el etarra que presuntamente colocó la bomba lapa, se levanta para cumplir con el trámite de la última palabra. “Nadie se ha reído del sufrimiento de la viuda, al contrario, lo respetamos”, afirma. “En cambio, lo que ha sucedido es consecuencia de una mentira y de un afán de protagonismo de una magistrada”, añade en referencia al desafortunado comentario de Murillo. Adoración, sin embargo, no le dio mucha importancia al insulto que el micrófono permitió escuchar. Terminada la vista, en medio del tumulto de público y testigos, se acerca a la juez y se abrazan.

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